El Rostro humano
Siempre, Christian, has influido bastante en mi forma de pensar
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Alejandro Pérez Q
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Siempre he pensado en ti y en lo que podía darte y quitarte pero cuando
quise robar tu alma ya no estabas a mi lado pienso que eso es lo mejor
Cómo sé que amo a alguien o cómo puedo construir el amor con alguien
más?
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Alejandro Pérez Q
Siento que es una experiencia que me aterra
El amor es una creación y revelación del en si, es decir de
Dios mismo , por lo tanto se basa en la fe, como tal en el para si no existe es
más es imposible, es decir que nuestra experiencia aniquila todo amor, este es
espiritual y tendrás que morir a este mundo para poder lograr el en si para si,
le problema es que la otra persona también tiene que morir y renacer en en ti y
esto no se puede planear es de Dios es más si tu mueres en ella, ella tomara
ventaja y te dominara pero en el amor no se calcula se sufre.
Veamos su creación-revelación en el arte, claro en ese primer arte que es un
juego de lo real imaginario.
Hablar de la estética de Nietzsche es hablar directamente
del mundo o «realidad», pues la actividad de lo existente es descrita por el
filósofo como una actividad estética. O, expresado de otro modo, la estética no
es sólo una ciencia sobre el artificio, sino que en un sentido primero es un
discurso sobre la naturaleza misma; es decir, es una ciencia natural, y esto es
así porque la naturaleza no se opone al artificio; al contrario, la acción de
la naturaleza es de carácter artístico, con todo lo que conlleva esta
afirmación; así, lo - propio de lo que es es precisamente el no ser, la
ficción, la mentira, la apariencia, a la que todo queda reducido. «No
contrapongo por tanto “apariencia” a “realidad”, sino que al contrario tomo la
apariencia como la realidad, que se opone a la metamorfosis en un “mundo de la
verdad” imaginario»'. Con relación a esta actividad de la naturaleza, la acción
del hombre es una imitación. Es evidente, sin embargo, que no se dice, en el
lenguaje normal, que toda la actividad humana sea arte, pues se dice que
también realiza otro tipo de acciones, como el conocer, el obrar moralmente,
etc. Nietzsche distingue, por supuesto, todos estos campos de acción, pero
también observa que en el fondo todos son actividades estéticas, todos se
reducen, en último término, a un proceso de creación, aunque mantengan una
relación distinta con la propia creación. Lo que viene a expresar Nietzsche es
que la naturaleza de las cosas es estética, de la misma manera que los
filósofos antiguos afirmaban que la naturaleza del mundo se reducía a un
elemento, a varios elementos, a la forma, etc. En nuestro caso, lo esencial de
la realidad es su forma de hacer, y ésta es de carácter estético o artístico. Y
este pensamiento es de alguna manera el centro de la meditación nietzscheana a
lo largo de su desarrollo. Aunque es posible admitir varias etapas en su
filosofía —-su primera ontología estética, una fase crítica y la teoría de la
voluntad de poder—, es también posible defender una continuidad en su
pensamiento que se extiende desde sus primeros escritos hasta los fechados en
la década de los ochenta, y esta continuidad se observa en la permanencia de la
idea central de que el mundo es arte, por lo que al exponer su teoría estética
se va a tener más presente esta continuidad de la idea que sus interrupciones y
quiebras, inevitables en una teoría en el tiempo.
Ahora bien, qué es el mundo para Nietzsche cuando sostiene
que la actividad propia de aquel es la actividad estética. ¿En qué consiste la
metafísica de artista, expresión con la que describe el mundo? Para empezar hay
que decir que el filósofo «piensa [...] que la naturaleza última del mundo es
no tener una estructura ordenada: en sí mismo el mundo es un caos, sin leyes,
ni razón, ni propósitos»?. Este universo absurdo, sin causas, sin fines, está
caracterizado por su actividad artística, en él se produce de un modo constante
y eterno la producción de apariencias, por tanto ese devenir nunca cesa y en
ningún momento adviene el ser; por eso dice Nietzsche: «mi mundo dionisíaco de
la eterna autocreación, de la eterna autodestrucción», el mundo como un agitado
devenir donde surgen y desaparecen sin tregua las apariencias.
La comprensión de ese proceso artístico en que consiste «la
realidad» requiere, sin embargo, leer con atención y detenimiento. Es verdad
que Nietzsche parte de la terminología de Schopenhauer para describir el suceso
fundamental del mundo, pero él mismo reconoce, posteriormente, que usaba un
lenguaje extraño en sus primeros escritos. El mundo es voluntad y fenómeno,
dice Nietzsche, pero al mismo tiempo afirma que existe una relación entre ambos
y que ésta es de naturaleza estética, pues la voluntad es concebida como una
realidad embriagada que sin cesar se descarga en imágenes; ésta es precisamente
la actividad estética: la embriaguez que a partir de sí proyecta la apariencia,
la voluntad que busca la representación y termina por disolverse en la
apariencia; el resultado del proceso es la obra de arte, que por otro lado
nunca llega a disfrutar de una estabilidad en tanto que obra.
Este proceso es, sin embargo, más complejo que la mera
descarga de imágenes, pues en esa relación, que es la creación, están
implicados los aspectos más fundamentales de la existencia, como el dolor y el
placer, la verdad y la ficción. En un fragmento, Nietzsche enumera, a modo de
apunte para desarrollar esta teoría, una serie de términos que tienen un papel
en el proceso artístico de la creación:
Realidad del dolor en relación con el placer.
La ilusión como medio del placer.
La representación como medio de la ilusión.
El devenir, la pluralidad como medio de la representación.
El devenir, la pluralidad como apariencia, el placer”.
Esa descarga de imágenes en que se traduce la excitación del
afecto es al mismo tiempo la conversión del dolor en placer: la redención en la
apariencia, y cuanta más apariencia, más placer. En la primera metafísica
nietzscheana, la voluntad, sin duda debido a la influencia de Schopenhauer, es
única; la concepción del mundo en este primer momento es, por tanto, monista.
Esta voluntad busca sin cesar la intuición, la imagen, la forma, pues ella
misma no es ni imagen, ni forma, ni armonía, sino que, además de ser algo
único, es el caos, lo informe, lo contradictorio, lo sufriente, lo ilimitado.
La apariencia, en cambio, es la forma, la luz, lo placentero, lo bello, lo que
tiene medida y límite. Esta metamorfosis, con todo lo que implica, de la
voluntad en su contrario es justo el proceso en que consiste la creación. La
única voluntad se intuye a sí misma, se contempla como fenómeno, como obra de
arte. Según esta concepción, los objetos del mundo empírico serían el producto
de la actividad estética del ser, serían obras de arte, y nosotros mismos,
según declara Nietzsche en varias ocasiones, también seríamos el producto de
esa actividad estética.
Los productos estéticos que componen el mundo, que en
conjunto también es una obra de arte, tienen su significado en sí mismos y no
hay que buscar una justificación externa al propio proceso en que consiste el
mundo. Tanto el mundo como su actividad son autónomos y no dependen de ningún
otro tipo de ámbito, como la moral o el conocimiento: si la actividad del mundo
es estética, sólo como fenómeno estético puede éste ser justificado. Y si no
hay nada previo a esa actividad artística, si toda forma o imagen es producto
de esa actividad, entonces hay que concluir que no hay ninguna forma que
preexista al proceso de creación, por lo que la creación originaria no tiene
modelo alguno al proyectar la forma, que es la transformación misma de lo
caótico. Toda orma es un derivado estético, pertenece al reino de la apariencia
y nunca al ámbito del ser: la voluntad informe eternamente sufriente. La forma,
por tanto, en esta teoría de la creación, tiene su origen precisamente en lo
informe, por lo que el producto artístico no tiene un modelo anterior que
contenga la forma, que es, en cambio, el producto mismo de la creación, de la
voluntad de apariencia, conseguido sin ningún tipo de presupuesto moral o
racional, lo que es la consecuencia de concebir el mundo como fenómeno
estético, como el libre producto del dios-artista.
Esta idea de la creación, en esta cosmogonía siempre
presente, viene determinada por la visión fundamental de Nietzsche, la visión
dionisíaca de mundo, que frente a la tradición intelectualista afirma que el
fundamento del mundo es irracional. En la tradición platónica y cristiana el
ser verdadero era la forma, la idea: los modelos a partir de los cuales el
mundo era creado. El dios-artista no tiene tales modelos, pues su actividad es
sólo excitación que'en su sobreabundancia crea formas. La realidad racional,
que para Platón era lo verdadero, es falsa: es también la apariencia —un
derivado estético— del uno primordial o voluntad, de lo verdadero y al mismo
tiempo lo horrible. Los objetos del mundo empírico que aparecen ante nuestros
sentidos eran, para la metafísica que creía en la racionalidad de la realidad,
formas que imitaban las formas auténticas contenidas en una realidad
suprasensible. Este modo nietzscheano de concebir la creación tiene, entonces,
su posibilidad en el pensamiento, iniciado por Schopenhauer, que subordina las
funciones del intelecto a las de la voluntad y declara la primacia de la
voluntad sobre el intelecto. Esta manera de pensar, que niega el racionalismo
como interpretación del hombre, es la inversión, ya realizada por su maestro de
juventud, que inaugura la serie de las inversiones llevadas a cabo por
Nietzsche para invertir la filosofía platónica y así poder exponer el orden
adecuado del proceso de creación, que quedaba imposibilitado al pensar que lo
racional era la base del mundo y del hombre y que la acción debía ser algo
consciente que tomaba como modelo una forma preexistente. Un pensamiento
semejante impide la actividad artística del mundo en el hombre, pues enseña una
relación contraria del proceso de creación, al poner la idea en su base.
El mundo, según esta concepción metafísica, es arte, y
también lo es desde la teoría de la voluntad de poder de los escritos
posteriores, por lo que parece necesario presentar también algo de esta teoría
para contemplar en toda su dimensión la idea de la acti vidad del mundo como
arte. La realidad en los escritos del último período de Nietzsche aparece
descrita con el término «voluntad de poder», y se abandona el uso de la
expresión «voluntad única». La realidad ya no es, por tanto, la unidad
primordial, sino voluntad de - poder, pero no por ello deja de ser arte. Dice
Heidegger: «sabemos que la voluntad de poder es esencialmente un crear y un
destruir. Decir que el suceso fundamental de lo que es es “arte” es decir que
es voluntad de poder»*. Para Nietzsche, si al concepto de «fuerza» se le añade
un aspecto interior, se obtiene lo que él llama la voluntad de poder: «un ansia
insaciable de mostrar la fuerza; o empleo, ejercicio de la fuerza como instinto
creador»*. Del mismo modo que la primitiva unidad, la voluntad de poder es
«caos, el primer fundamento de lo informe -—no es materia, sino fuerza que
subyace al cosmos, que precede a las formas y las hace posibles»*. La fuerza
artística se llama voluntad de poder, pero con esta teoría Nietzsche sólo
pretende dar mayor claridad y precisión a la imagen trágica del mundo. La
meditación sobre el arte es, entonces, la consideración de la fuerza que se
manifiesta, la fuerza que aparece e interpreta. El mundo, en tanto que voluntad
y apariencia, desde la perspectiva de la voluntad de poder, no es una única
voluntad que proyecta sin cesar imágenes, sino una pluralidad de fuerzas o
voluntades, cuya tendencia es también la representación, la apariencia. Estas
manifestaciones de fuerza no son pensadas (así sucede en sus primeros escritos)
como metáforas, sino como interpretaciones. La relación de las fuerzas produce
diversas interpretaciones o perspectivas en el mundo. El lugar de la excitación
que sufre la metamorfosis en la forma deja de ser una unidad metafísica y más
bien abstracta, como era la voluntad única; las fuerzas artísticas adquieren un
carácter fisiológico más inmediato, son el propio cuerpo cuya excitación tiene
el poder de crear: «soy totalmente cuerpo, y nada más; y el alma es sólo una
palabra para algo en el cuerpo»”. Así, son las pulsiones de nuestro propio
cuerpo las que interpretan el mundo; cada pulsión es una ambición con su propia
perspectiva que trata de imponerse a las demás pulsiones. La creación artística
se entiende como interpretación, que es la exteriorización de los afectos como
voluntad de poder. En la exteriorización de la fuerza se produce, además de la
forma, el sentido, y fuera del proceso artístico fundamental, de la proyección
de apariencias, no hay ni forma ni sentido, el mundo no tiene ningún sentido
detrás de sí: «Los valores sólo los puso el hombre en las cosas [...], sólo él
creó el sentido de las cosas. [...] Valorar es crear»*. El sentido no es
separable de la fuerza que se manifiesta, de la voluntad de poder. Sólo en el
continuo devenir de la producción de apariencias es posible observar la forma,
el sentido, pues la «naturaleza», ese conjunto de pulsiones, carece de forma,
sentido y valor antes de que esas pulsiones hayan manifestado su fuerza, por lo
que el sentido y el valor son producto de la actividad artística.
En el proceso de la creación no es posible distinguir, sin
embargo, el autor de la obra; en ese proceso no hay un sujeto o esencia
subyacente, no hay un sustrato a las apariencias, pues éstas son la propia
descarga y metamorfosis de las fuerzas de un modo inconsciente y, como ya se ha
señalado, sin modelo previo por las razones ya aducidas: «tal sustrato no
existe; no hay ningún ser detrás del hacer, del actuar, del devenir». La vida,
considerada como una multiplicidad de pulsiones, es también un constante
devenir, un constante crearse y destruirse, una constante transformación de lo
informe en la forma, del sinsentido en el sentido, de lo que carece de valor en
algo valioso, el juego del mundo, el juego del niño, el juego del artista: «Un
devenir y un perecer, un construir y un destruir sin ninguna justificación
moral, en una eterna inocencia»", La visión fundamental de Nietzsche es la
vida en tanto que actividad artística, capacidad de metamorfosis, capacidad de
simbolización, y la fuerza que tiene esa capacidad es la embriaguez, la
ausencia de forma y de límite, que de una forma paradójica, cuanta mayor
intensidad posee, cuanto mayor es su ausencia de figuración, mayor capacidad
tiene de convertirse en forma, de producir la figuración; y esta idea central
se puede pensar como transfiguración del mundo —su voluntad única—, o como
interpretación de los múltiples afectos o pulsiones; es decir, desde su primera
ontología estética o desde su teoría de la voluntad de poder.
EL ARTE COMO LO QUE POSIBILITA Y ESTIMULA LA VIDA
Muy unida a la idea de la actividad de la vida como proceso
- estético está la del arte como lo que posibilita y
estimula la vida, idea contenida también tanto en sus primeros escritos como en
los de la última época. Frente al arte, que estimula y posibilita la vida,
Nietzsche opone la ciencia, la moral y la religión como formas de existencia
que deprimen fisiológicamente, como formas de nihilismo, o actitud negativa
frente a la vida. Ya se ha hablado, al describir el proceso estético, del
aspecto redentor que éste contenía, pues dentro de su capacidad de
transfiguración estaba la de convertir el dolor en placer. En El nacimiento de
la tragedia aparece esta función del arte cuando se habla de la creación del
mundo olímpico por parte de los griegos: «Para poder vivir tuvieron los griegos
que crear esos dioses»''. Sin cesar advertimos la característica esencial del
proceso artístico: la metamorfosis, en este caso la transición del terror del
mundo de los titanes «a la divina jerarquía olímpica de la alegría». Los griegos,
además de tener que superar ese momento horrible producido por el terrible
mundo de los titanes, también se encontraron frente al horror de la existencia
cuando alcanzaron a ver la verdadera esencia de las cosas con la llegada de la
sabiduría dionisíaca; esa mirada libre de cualquier velo de ilusión produce el
espanto, la repugnancia a actuar, un alejamiento de la vida, «en este supremo
peligro de la voluntad, se aproxima, como un mago que cura y salva, el arte»”.
Sólo el arte, en efecto, puede transformar esa náusea en un estimulante para
sesguir viviendo. Frente a la opinión de que la vida es algo real, el ser o la
verdad, Nietzsche sostiene que todo lo que vive vive en la apariencia, en la
ilusión, en la mentira, en el engaño, y es el arte el que produce estas
apariencias, mentiras, ilusiones, que son la condición de la vida, su
posibilidad. Si destruimos los engaños y las ficciones nos ponemos frente al
carácter problemático y doloroso de la vida, que se revela como algo horrible y
lleno de espanto, absurdo. De esa verdad trágica, de ese conocimiento trágico
sólo nos puede salvar el arte, sólo la experiencia estética nos puede devolver
la posibilidad de permanecer en la vida, la alegría, la afirmación de la vida;
de otro modo, la experiencia de lo horrible nos conduce a la parálisis, a la
inacción, a la negación de la vida, a la desesperación. La voluntad de poder
acaba revelándose como capacidad de mentira, capacidad de ilusión; es, en
defintiva, el poder artístico para engendrar la ficción, el poder de
metamorfosis: «Esta propia capacidad gracias a la cual [el hombre] violenta la
realidad a través de la mentira, esta capacidad de artista par excellence.
[...] El hombre se convierte en señor de la “materia”, ¡señor de la verdad! Y
siempre que el hombre se alegra, siempre es el mismo en su alegría: se alegra
como artista, se goza como poder... El arte y nada más que el arte. Lo que más
posibilita la vida, el gran seductor de la vida, el gran estimulante de la
vida...»'. Esa voluntad de poder es la mentira que hace posible el seguir
viviendo, dando forma a lo informe, creando la ilusión que vela el horror que
paraliza. Por tanto, el hecho de que el arte o la mentira sea indispensable
para vivir «se debe a ese carácter horrible y problemático de la existencia».
LA JUSTIFICACIÓN ESTÉTICA DE LA EXISTENCIA
Además, sólo así puede el hombre justificar la existencia:
mediante el poder artístico de la mentira, lo que es rechazable desde otro
punto de vista puede ser afirmado desde la perspectiva del arte. Cuanto mayor
grado de excitación, de fuerza artística, mayor es el grado de simbolización,
de creación de perspectiva e interpretaciones. Nietzsche piensa que hay ciertas
perspectivas o interpretaciones que toman la mera apariencia por la no
apariencia, por el ser o verdad. Hay puntos de vista que consideran las
ficciones no como un producto de la capacidad de violentar la realidad, sino la
realidad misma, cuando no dejan de ser un producto de la capacidad artística.
Admitir el ser o la realidad es abrazar el nihilismo: «No se puede admitir en
absoluto algo que sea, porque entonces el devenir pierde su valor y aparece
directamente como absurdo y superfluo.» Por tanto, no adoptar la perspectiva
del arte es asumir una postura que niega la existencia, que no estimula a
vivir. Y el conocimiento es una manifestación de la voluntad poder que niega
precisamente la voluntad de poder. El conocimiento, que es un modo de voluntad
de poder, no reconoce su objeto como un pro-
ducto de la capacidad artística, sino como algo con una
existencia independiente, como algo verdadero y no como una mentira. Si el
hombre sólo fuera un animal que conociera, «la verdad le empujaría a la
desesperación y a la aniquilación»'*. El conocimiento, al - establecer una realidad
y una verdad, va contra la tendencia fundamental de la vida, que es su impulso
hacia la apariencia, hacia la superficie. Por este motivo, escribe Nietzsche en
el «Ensayo de autocrítica» que su intención en el Nacimiento de la tragedia era
considerar la ciencia bajo el prisma del arte y éste bajo el de la vida. Por
otro lado, el conocimiento trágico nos dice que el mundo es absurdo, vacío y
cruel, lo que, como ya se ha visto, conduce a alejarse de la vida. La moral,
según el análisis que lleva a cabo sobre todo en La genealogía de la moral, no
sólo tampoco puede justificar la existencia, sino que además es una forma de
voluntad de poder que niega la voluntad de poder en tanto que ésta es capacidad
artística, tal como sucede con el conocimiento que niega la capacidad
fundamental del hombre de crear metáforas. Que la vida sólo se puede justificar
como fenómeno estético significa que sólo es aceptable en tanto que devenir
incesante de apariencias, como un constante surgir y desaparecer de las
ficciones artísticas; sólo en su actividad propia está justificada la
existencia. La voluntad ciega —o la múltiple voluntad de poder— no tiene metas
ni principios y no fundamenta nada. El mundo como obra de arte que se autocrea
en cada instante, alcanza su justificación en su propio juego: y como el juego,
que no es necesario y no carece de regla, tiene el mundo su necesidad interna,
tiene el arte su fundamento en sí mismo: «Una obra poética debe justificarse a
sí misma, y “donde el hecho no habla no ayudará mucho la palabra»'*. El mundo
se justifica no por razones, fundamentos o fines exteriores, no necesita un
fundamento racional porque no lo tiene, tampoco de tipo moral, Ya se ha visto
que el proceso artístico fundamental, la creación de apariencias, se hace de un
modo totalmente autónomo, y sin ningún tipo de presupuesto o plan racional o
moral; el mundo, como obra de arte así concebida, se justifica por completo a
sí misma: en cada instante se produce el devenir-de las apariencias y los que
formamos parte de esa obra de arte alcanzamos nues tra más alta dignidad «en
nuestro significado de obras de arte», y sólo en la medida en que este mundo y
todos los objetos que lo componen pueden ser considerados obras de arte, pueden
también ser justificados. El sentido, el valor de las cosas sólo es posible,
como ya se ha indicado, gracias al acto creador; el mundo sólo alcanza el
sentido en la proyección de la apariencia; más allá de la apariencia, no hay
sentido ni valor, sino sólo caos y absurdo; el acto de la creación es el que proporciona
el sentido y el valor, con lo que el poder de la mentira es la única fuerza
capaz de afirmar la vida.
LA ACTIVIDAD DEL HOMBRE ES ARTÍSTICA
Esta actividad estética es el arte entendido en sentido
amplio: la naturaleza se comporta como un artista. El hombre, a su vez, copia
esta actividad de la naturaleza, él mismo actúa en tanto que artista y toda su
actividad es también de carácter artístico; por tanto, la acción del hombre en
general es también de naturaleza estética en tanto en cuanto su hacer es
proyección de apariencias. El instinto fundamental en el hombre es la
fabulación, el instinto de crear metáforas. El hombre es fundamentalmente un
creador de ficciones. Por tanto, todas las diversas actividades humanas que no
se consideran arte son en el fondo también arte, y si se dice alguna vez que
esa actividad no es arte es porque se olvida que los productos del hombre son
el resultado del arte: «Sólo el olvido de ese mundo primitivo de metáforas,
sólo el endurecimiento y la esclerosis de un mar de imágenes que surgía en-el
origen como un torrente hirviente de la capacidad original de la imaginación
humana [...]»"*. En definitiva, sólo el olvido de que el hombre es artista
puede acceder a la convención, a la seguridad y a la lógica, a la creencia en
la verdad en un mundo donde sólo existe la ilusión. El proceso fisiológico por
el que hombre llega a producir imágenes en general, sean de la naturaleza que
sean, es un proceso artístico - que se conforma al proceso de creación en que
también consiste el mundo; por tanto, las formas de todas nuestras imágenes,
según esta teoría, no reproducen ninguna forma previa. Si en algún momento se
llega a pensar que nuestras imágenes reproducen alguna realidad se debe a este
olvido del carácter fundamental del hom bre. El lenguaje, como todas las
imágenes, es otra forma de proyección de apariencias que no describe ningún
estado o situación; los conceptos son el resultado de una serie de
transposiciones a partir de una excitación nerviosa y suponen lo que nunca existe:
lo
- idéntico en lo diverso. Todos los procesos del lenguaje y
del conocimiento se componen de transposiciones estéticas entre varias esferas
simbólicas, entre las cuales no hay ninguna conexión causal, sino una relación
estética, es decir, una esfera se transforma en otra estéticamente.
EL ARTE Y OTRAS FORMAS DE EXISTENCIA. ARTE Y NIHILISMO
Al hablar de la génesis de las diversas artes, Nietzsche
establece una jerarquía entre los diversos lenguajes simbólicos, entre las
diferentes artes; esta jerarquía establece un orden de formación de las artes
que no se puede invertir, pues depende directamente del proceso de creación. De
este modo, la moral, la religión, la metafisica o la ciencia, la política son
modos del modo fundamental, o arte; todas estas formas de actividad humana ya
fueron consideradas en El nacimiento de la tragedia como formas de mentira que
ayudan a vivir; el hombre se comporta como artista, de modo que toda su
producción es «sólo creación de su voluntad de arte, de mentira, de huida de la
«verdad», de negación de la verdad»””. En la medida en que actúa como artista
en todas sus actividades, el hombre aparece fisiológicamente estimulado, pues
la creación siempre su-
pone un estado de embriaguez, un estímulo vital,
El problema aparece cuando alguna de estas formas
secundarias de arte se toma por lo que no es y niega la condición fundamental
del sujeto en tanto que artista, impidiendo la actividad estética del hombre,
pues los estados artísticos de excitación se sustituyen por estados de poca
intensidad, lo que se traduce en una valoración negativa de la vida frente al
valor afirmativo que implica todo acto vital o de creación. Como se puede leer
en varias ocasiones a lo largo de esta selección de textos, el arte es
concebido por Nietzsche como «la reacción» contra el nihilismo, lo que hay que
situar en un primer plano en una exposición de la estética nietzscheana;
Heidegger piensa incluso que la «experiencia fundamental de Nietzsche reside en
su comprensión creciente del acontecimiento fundamental de nuestra historia: el
nihilismo»'*. Frente a la actitud fisiológica del arte, que supone siempre un
estímulo, una sobreabundancia, una plenitud que desemboca en la producción
artística, el nihilismo supone fisiológicamente una actitud negativa frente a
la vida, un cansancio que niega todo valor a la vida, que se opone a la vida y
que se expresa en el hecho de que los grandes valores de la cultura se vuelven
vacíos y pierden su sentido; el nihilismo se revela así como el proceso
contrario al proceso de creación; el nihilismo hace perder el sentido, el valor
y la perspectiva de la cosa, la hace desaparecer; en el proceso estético, la
embriaguez, en su camino hacia la obra de arte, sea de la naturaleza que sea,
supone siempre una donación de sentido, de valor, resultante precisamente de
ese afecto excitado. Éste es el sentido del arte en tanto que reacción al
nihilismo; son movimientos contrarios, pues uno da el sentido y el otro lo
quita, uno proporciona la ilusión y el otro la arranca.
Ahora bien, la ilusión o la apariencia es una condición
necesaria para la vida y todo organismo en general vive rodeado de alguna
ilusión, «de una atmósfera, de una aureola misteriosa» (KSA, 1, 759). En
ocasiones ocurre que esas formas secundarias de arte o de voluntad de poder
actúan de forma que se oponen a la actividad artística, a la voluntad de poder,
cuando ellas mismas son modos de voluntad de poder. La voluntad de poder se
vuelve entonces contra la voluntad de poder, o la vida misma se vuelve contra
la vida. Asi, el conocimiento, que es una forma de voluntad de poder, es decir,
de interpretar, valorar, de crear, puede llegar a ser una forma que impide la
actividad fundamental del hombre y de la naturaleza, la actividad del «instinto
que empuja a crear metáforas, ese instinto fundamental del hombre»'”. Asi, lo
que es una forma de la vida acaba por negar la vida misma, su «actividad
metafísica» o producción de apariencias: «El intelecto [...] necesita la
verdad como la negación de la actividad de la fantasía y de
los contenidos determinados de la ilusión»”. Esta negación de la imaginación se
produce porque el conocimiento asigna una realidad a lo que es meramente una
ficción, al tratar de establecer la verdad, cuando ésta no es algo que exista
fuera de la actividad artística; la verdad no es algo que se haya de «encontrar
y descubrir, sino algo que [se ha de] crear»”!. Decir que algo es, es negar el
devenir continuo del surgimiento de las apariencias, el acto por el que se
forma el sentido; de este modo, cuando se afirma el ser, se quita todo valor al
devenir, por lo que éste parece desprovisto de sentido. Esta voluntad de verdad
que niega la voluntad de poder acaba por ser reconocida como una forma de
voluntad más fundamental: «Voluntad de verdad, eso podría ocultar una voluntad
de muerte. De modo que la pregunta: ¿por qué la ciencia? se reduce al problema
moral: ¿por qué en absoluto la moral?»”, En la moral, el instinto, la fuerza no
se manifiesta, no se exterioriza, de modo que la conciencia es el resultado de
la fuerza que se vuelve hacia dentro, del dolor ejercido contra uno mismo. Por
tanto, es otro modo de decir que la actividad estética, la actividad de la vida
se deja en suspenso; y no sólo que esas fuerzas, la voluntad de poder, dejen de
manifestarse por negar el devenir y creer en el ser; es la voluntad de negación
de la vida por el hecho de que estos instintos no se exteriorizan, sino que se
interiorizan, se vuelven hacia dentro, haciendo violencia y produciéndose daño
y dolor. El ascetismo moral niega la vida, la producción de apariencias, la
voluntad de poder; asi, «el ascetismo moral es una manifestación de una
voluntad de poder que tiende a su propia aniquilación»”. El ideal ascético es
también una protección y una ayuda para la vida, pero para una vida que
degenera, una voluntad de poder que se vuelve contra sí misma. Esa vida
descendente necesita para su permanencia lo contrario que una vida ascendente:
el repliegue máximo de <los afectos, el estado donde se evita todo afecto,
todo querer, todo deseo, y se deja el sentimiento vital reducido al mínimo; es
lo opuesto a los estados creadores: «expresado en términos psicológicos
morales: “negación de sí”, “santificación”; expresado en términos fisiológicos,
hipnosis»”. Si la actividad de la vida en el hombre es arte, alguna forma de
esta acción, alguna forma de voluntad de poder, puede llegar a ser una oposición
a la propia voluntad de poder. La forma más fundamental y «más transparente» de
actividad en el hombre es el arte en sentido estrecho, es decir, el cultivo de
las diversas artes, pues aquí se ve que lo que hace el hombre es crear
ficciones, y es posible observar lo que hace en realidad, se afirma la
verdadera naturaleza de sus producciones; aunque también exista, por otro lado,
un arte antiartístico; las otras formas de voluntad de poder, sin embargo,
pueden llegar a un grado de opacidad tal que no sea posible advertir la
verdadera naturaleza de esa acción, de modo que se puede decir lo contrario de
lo que es: el hombre no produce ficciones, sino que representa formas ya
existentes en una realidad que no depende de su capacidad de fabulación, como es
el caso del conocimiento. No sólo toda la actividad humana se reduce a la
actividad estética, también los juicios de cualquier tipo tienen su base en los
de carácter estético.
LAS FUERZAS ARTÍSTICAS
La actividad artística del ser como lo propio de la vida, lo
que la posibilita y la estimula, justificándola, aparece dentro del núcleo de
la meditación estética de Nietzsche, quien, para explicar el acto de la
creación, habla de dos instintos o «fuerzas artísticas que surgen de la
naturaleza misma» y son los presupuestos de todo arte”. En el acto de la
creación intervienen dos potencias de la naturaleza que son denominadas con el
nombre de dos divinidades griegas: Apolo y Dioniso. Con Dioniso y Apolo quiere
Nietzsche expresar más o menos la antítesis de voluntad y fenómeno, ser y
apariencia, o «realidad embriagada» y «mundo de imágenes». Estos dos nombres
designan dos tendencias existentes en la naturaleza que, ciertamente, son de
carácter opuesto, pues una tiende hacia la forma, la apariencia, y la otra, en
cambio, hacia la ausencia de forma, la ausencia de límites, lo indeterminado.
Estas fuerzas se objetivan además en los estados fisiológicos del sueño y la
embriaguez, «entre estos fenómenos fisiológicos es posible advertir una
oposición correspondiente a la que se da entre lo apolíneo y lo dionisíaco»”,
El mundo de los sueños es el mundo de la medida, de la forma, de la armonía, de
la belleza, de lo limitado, y donde reina el principium individuationis. El
mundo de la embriaguez, en cambio, significa lo caótico, lo ilimitado, el lugar
donde se ro pe el principium individuationis. Estas dos fuerzas son
consideradas en primer lugar como fuerzas artísticas de la naturaleza, dos
tendencias opuestas en la naturaleza, una que tiende hacia la armonía, y la
otra, hacia lo contradictorio. Y del mismo modo que la actividad artística es
tenida en cuenta en un primer término como un acontecimiento de la naturaleza y
posteriormente como algo perteneciente al hombre, estas tendencias artísticas
se producen en la naturaleza «sin mediación del hombre artista». En el arte, el
hombre imita la naturaleza, pero no imita las «formas» de la natu- raleza, sino
la actividad creadora misma de la naturaleza.
Estas dos fuerzas aparecen a primera vista como impulsos
opuestos separados, que en un momento histórico se unen y «acaban engendrando
la obra de arte al mismo tiempo dionisíaca y apolínea de la tragedia ática»”.
Pero estas dos potencias, a pesar de tener este carácter antitético, tienen
también algo común. Para empezar, ambos estados son formas de embriaguez, y lo
son en la medida en que son estados artísticos y todo arte procede de la
excitación de la embriaguez. Sólo que en un caso, en el estado apolineo, esta
embriaguez es parcial, sólo afecta a la visión, y en la embriaguez dionisíaca,
la excitación alcanza a todos los afectos.
¿Qué significan los conceptos opuestos, introducidos por mí
en la estética, de lo apolíneo y lo dionisíaco, concebidos como tipos de
embriaguez? La embriaguez apolínea mantiene excitado ante todo el ojo, de
manera que
adquiere la fuerza de la visión. El pintor, el escultor, el
poeta épico son visionarios par excellence. En los estados dionisiacos, en
cambio, está excitado e intensificado todo el sistema de afectos, de manera que
descarga todos sus medios de expresión de una vez, haciendo que se manifieste
la fuerza de
“representación, imitación, transfiguración, metamorfosis,
toda clase de mí-
mica y de histrionismo”,
Asi, aunque Nietzsche hable de dos estados artísticos
fundamentales y de dos estados fisiológicos correspondientes, en defínitiva el
estado estético creador se reduce a la embriaguez, a una intensificación de los
afectos, a un estado de plenitud que desemboca en una transfiguración parcial,
como es el caso del estado apolíneo, o a una transfiguración de todos los
afectos, como sucede en al artista dionisíaco; lo que significa la creación de
la forma, de la apariencia: «Para que haya arte, para que de alguna manera haya
una actividad y una visión estéticas, es indispensable una condición fisiológica:
la embriaguez. En primer lugar es necesario que la embriaguez haya
intensificado la excitabilidad de toda la máquina; sin esto no hay arte»””. En
el surgimiento de la forma, en todo acto de creación se produce, entonces, una
proyección de apariencias, la tendencia propia de lo apolíneo, por lo que
también es necesario el aspecto onírico de Apolo. Así, en toda creación, en
todo arte, estas dos tendencias tienen que estar presentes; tiene que haber una
excitabilidad que se haga apariencia. La simple excitación del afecto no es
arte, sino su condición indispensable; el acto estético se completa cuando se
representa, se transfigura a partir del estado de plenitud y de fuerza. Hasta
la música, el arte más cercano al ser, a la voluntad, el arte menos figurativo,
«no deja de ser un arte de la apariencia»”.
La idea de la embriaguez como fuerza creadora está presente
a lo largo de toda la meditación estética de Nietzsche. Esa fuerza está en todo
el mundo orgánico, que actúa como un artista, «crea una totalidad de
excitaciones, de estímulos particulares, deja a un lado muchas cosas
particulares y crea una simplificatio»*, El pensamiento de que esta fuerza
transfiguradora lleva a cabo una tarea de selección, de simplificación, de
exclusión, destacando los rasgos principales de una cosa, aparece en numerosos
fragmentos póstumos. Ya a comienzos de la década de los setenta afirma
Nietzsche que «el arte se basa en la imprecisión de la vista»”. Y en el
fragmento siguiente insiste en que la fuerza artística o creadora tiene su
recurso principal en omitir, en no tener en cuenta muchos rasgos; la fuerza
artística añade algo «reforzando los rasgos principales y olvidando los rasgos
secundarios»”. Por esto, el poeta, aunque en un principio tenga que ver una
cosa con precisión, tiene que verla con imprecisión posteriormente, tiene que
«velarla adrede». El artista se caracteriza por quitar, uno de los medios por
los que se consigue la idealización, que en un cierto sentido se identifica con
la creación. El hombre en cuanto tal se comporta como un artista, pues su
actividad es fundamentalmente una producción de formas: el resultado de la
intensificación de la fuerza. El hombre crea todas las figuras y formas que
vemos: «Quien cierra los ojos descubre que un instinto creador de formas se
ejercita constantemente y que se ensayan un sinnúmero de cosas que no se
corresponden con la realidad»*. Además, continúa Nietzsche en ese mismo
.fragmento, la manera de nutrirse del hombre, de oponerse como fuerza a las
demás fuerzas, es la de conocer, que fundamentalmente es una «creación de las cosas»,
porque éstas son introducidas en «formas». En todo acto de creación, el creador
de despoja de algo que de alguna manera pasa a formar parte de la cosa creada:
«Crear
- significa expulsar algo fuera de nosotros, vaciarnos algo,
empobrecernos algo»”. Y lo que comunica ese estado creador a lo creado es la
belleza y lo sublime que observamos en las cosas, y todas las cosas presentes,
en general, son un producto creado por la fuerza artística que, en definitiva,
es un proceso orgánico, esa «fuerza constructiva, simplificadora, formadora,
poetizadora» es la que pone algo en las cosas haciendo la forma, es la que pone
lo bello y lo sublime, el significado y el sentido de las cosas, su valor; crea
el universo. Otra característica del acto creador, de la intensidad de la
fuerza que deviene forma, es su libertad: «Sólo en la creación hay libertad»*.
Ahora bien, la fuerza es, para Nietzsche, desde el punto de
vista de la cualidad, una sola fuerza; la fuerza en que consiste la vida no
tiene clases, aunque se pueden distinguir varias pulsiones. La fuerza artística
es la fuerza orgánica, la fuerza vital, la fuerza sexual: desde un punto de
vista fisiológico es lo mismo «el instinto creador del artista y la
distribución del semen en la sangre»”. La tendencia hacia el éxtasis de la
belleza es un camino que adop-
“Ma el instinto sexual. El estado estético es, por tanto, la
embriaguez o exceso de la única fuerza existente que tiende hacia la forma. La
embriaguez se manifiesta en «la delicadeza y esplendor extremos de los colores,
la nitidez de la línea, el matiz del sonido: lo distintoy”, La embriaguez que
se transfigura mediante un proceso de simplificación, de concentración, no se
manifiesta ni mucho me-
-nos én la confusión; al contrario, el producto de la
intensidad de la fuerza no es la mezcla, el desorden, la confusión, sino la
claridad y la distinción, su devenir forma, es la línea firme y nítida. Por
esto, aunque el estado dionisíaco sea una tendencia hacia la unidad y lo
ilimitado, en cuanto fuerza que se transfigura tiende hacia el límite y la
moderación, la claridad y la nitidez. El aumento de fuerza no provoca la
confusión. Las cosas distintas, claras, los matices, hacen nacer a su vez, en
quien los contempla, ese aumento de poder, esa embriaguez. «Lo esencial en el
arte sigue siendo su consumación de la existencia, su producción de la
perfección y la plenitud»”.
Todo lo que resulta del estado dionisíaco o apolíneo, en
tanto que tipos de embriaguez, son propias de la forma, que define lo que
Nietzsche llama el gran estilo, algo directamente relacionado con el grado de
fuerza; sólo una gran intensidad de fuerza puede crear el gran estilo, que como
arte genuino no expresa sentimientos, no expresa contenidos de representaciones
previas: hay que seguir teniendo presente el esquema básico de la creación, que
tiene su punto de partida en la ausencia de todo contenido o representación.
Ese exceso de fuerza no tiene nada que expresar; su intensidad se emplea en
vencer el caos, en crear la belleza, la perfección, el arte, en transfigurar lo
caótico en la apariencia, lo ilimitado en algo que tiene medida. El gran estilo
tiene, como la gran pasión, la tarea de «dominar el caos que se es; obligar a
su caos a hacerse forma; hacerse necesidad en la forma: hacerse lógico, sencillo,
inequívoco, hacerse ley...»*. Por esto, el resultado del proceso artístico se
reduce a la producción de la forma, no hay más contenido que la forma, por lo
que en la verdadera obra de arte el contenido se confunde con la propia forma.
Esta identidad se deriva de la concepción básica del proceso de creación, en
tanto que se limita al proceso del caos que deviene forma, al dolor que deviene
placer, a la contradicción que deviene armonía, y, en definitiva, a la fealdad
que se hace belleza. Los artistas son los que tienen por contenido lo que los
demás tienen por forma: «Se es artista al precio de sentir como contenido, como
la “cosa misma”, lo que todos los no artistas llaman “forma”»*.
Así, el exceso de fuerza en que consiste el estado estético
tiene como consecuencia la creación de la forma. La embriaguez, la sensualidad,
el vigor animal son, en tanto que potencia creadora, fuerzas idealizadoras en
la medida en que comunican la perfección y la plenitud propias del estado
artístico. «Lo esencial en la embriaguez es el sensación de aumento de fuerza y
plenitud»*. La idealización consiste en la violencia que ejerce el artista
sobre las
- cosas, de manera que obliga a éstas a que tomen de su
estado estético la plenitud y la perfección. El poder artístico, como forma de
amor, acaba embelleciendo el objeto, añadiendo en él sensualidad, pues el
artista ve las cosas con más fuerza, más sencillez, más plenitud, «del mismo
modo que el hombre ve a la mujer»*. El estado estético provoca un hacer con
perfección, un ver con perfección, que es el del cerebro cuando se halla
excitado por las fuerzas sexuales, «una tarde junto a la amada». El arte, como
el amor, hace que el mundo aparezca perfecto, pleno. Nietzsche enumera las
diversas maneras que adopta esta sensación de plenitud y perfección, que obliga
a las cosas a reflejar nuestro estado, provocando la transfiguración:
— el instinto sexual,
— la embriaguez,
— la comida,
— la primavera,
— la victoria sobre el enemigo, el sarcasmo,
— el acto de bravura; la crueldad; el éxtasis del
sentimiento religioso*,
CREACIÓN Y RECEPCIÓN
Todos estos estados, que están relacionados con todas las
acti“vidades enumeradas, se resumen en el sentimiento de aumento de voluntad de
poder, que es la plenitud del vigor físico. Su perfección recuerda a los
«estados de vigor animal»*. Es un exceso de la fuerza corporal lo que se
derrama en un mundo de imágenes, que a su vez excitan las funciones animales,
pues del mismo modo que la embriaguez hace que la perfección se pose sobre las
cosas, la percepción de la belleza, de la perfección, excita la sensualidad.
Esto es otra manera de expresar que el arte es un estímulo para la vida, al
actuar como una excitación sobre la sensualidad, como un tónico.
Esta excitabilidad de los sentidos es opuesta en el artista
y en el que percibe la obra; en éste el punto culminante de la excitabilidad se
encuentra en la recepción, mientras que, en el primero, en la donación. Cuanto
más fuerte sea este antagonismo más perfección puede dar el artista y más
plenitud puede recibir el oyente o espectador. Son dos ópticas opuestas que,
según Nietzsche, no se deben mezclar: la del crítico y la del artista, el que
recibe y el que da. Cuanto más separadas se mantengan estas dos ópticas, mejor
podrá el artista ejercer su oficio: excitar la sensualidad. Para resumir la
caracterización que realiza Nietzsche en sus escritos póstumos tardíos del
estado estético de donde surge el arte, se puede decir que la embriaguez es un
sentimiento de fuerza intensificado que hace que las cosas reflejen ese estado
de perfección y plenitud. En ese estado se da una agudeza extrema de los
sentidos, que proporciona una agudeza para la comprensión de los símbolos, así
como una profusión de medios para comunicarse. Hay «una necesidad de liberarse
de alguna manera a través de signos y gestos»*, la acumulación de la tensión y
de la excitación sexual lleva a un «estado explosivo» que tiende a liberar toda
la tensión y presión acumuladas, de modo que el aparato inhibidor se
desengancha, creando una especie de automatismo en el sistema muscular y «la
obligación de imitar», por la que se forman signos e imágenes. Este estado, que
él describe de una forma tan corporal, dejando a un lado la identificación
metafísica que llevaba a cabo en sus primeros escritos con el «ser», sigue
siendo, sin embargo, la psicología del orgiasmo que descubrió en los griegos.
Ese sentimiento desbordante donde el dolor actúa como estimulante fue lo que le
dio «la clave del sentimiento trágico»”. Ese decir sí a la vida, incluidos los
elementos más dolorosos e inaceptables, pues es la vida la que siente placer de
su actividad, de su crear y su destruir, de su fuerza inagotable, del eterno
placer de la creación. En una palabra, lo dionisíaco.
ARTE APOLÍNEO Y ARTE DIONISÍACO
«La obra de arte y el individuo son una repetición del
proceso primordial en el que se formó el mundo, en cierto modo, una cres ta de
la ola en la ola [...].» El acto artístico del hombre es una copia del acto
artístico primordial: una descarga de imágenes a partir de un estado de
excitación afectiva. Este proceso, que es producción de la apariencia, puede
partir del juego con las imágenes del _mundo empírico en la excitación visual
del sueño, se obtienen imágenes transfigurando imágenes, o bien se llega al
estado donde desaparece toda imagen, al estado de unión con la voluntad, a
partir del cual se obtienen imágenes no ya de imágenes, sino de lo que no tiene
figura. Por tanto, el arte se inicia en la visión o excitación - producidas por
las imágenes, o en un estado del que ha desaparecido toda imagen.
En El nacimiento de la tragedia, según la primera ontología
estética, el mundo en el que vivimos es ya un mundo de apariencias, una
creación del ser o voluntad única, es la armonía de un dios sufriente, que a
partir de su éxtasis obtiene la representación que es este mundo; todos sus
objetos serían obra de su aspiración hacia la apariencia. Pues bien, el arte
apolíneo sería la proyección de apariencias a partir de la visión de los
objetos del mundo que ya son la apariencia del sueño del mundo; el arte
apolíneo, como dice Nietzsche, es «la apariencia de la apariencia»*, que, como
toda forma de arte, es un modo de redención en la apariencia que trata de
ocultar algo terrible: «No hay superficie bella sin una profundidad horrible»*.
En la exposición histórica de la formación de las artes en Grecia, Nietzsche
afirma que el arte apolíneo surgió como una necesidad de superar el horror y el
espanto de la existencia, el griego «tuvo que colocar delante de los titanes la
brillante criatura onírica de los Olímpicos»*. La apariencia de lo apolíneo se
obtie-
a partir del sueño, a partir de la excitación de la visión,
por esto lo que transfigura es ya una apariencia. «El sueño —dice Nietzsche— es
el juego del hombre individual con lo real», el arte apolineo es, a su vez, el
juego del artista con el sueño, «es el mundo transfigurado del ojo, que crea
artísticamente»”.
El arte dionisíaco es, en cambio, la apariencia del ser. El
ser, según Nietzsche, es esa voluntad única que llega a entrever la visión
dionisíaca del mundo. El mundo real, un mundo visto sin ninguna ilusión o
apariencia, un mundo «verdadero», que sólo produ ce el espanto, pues es un
mundo caótico, sin forma, lleno de dolor y contradicción. La embriaguez se
produce cuando se han perdido todos los límites que construían las ilusiones;
destruida toda creación, el hombre queda ante el ser, ante el sustrato
dionisíaco, ante un mundo sin límites, y de esa mirada que atisba el fondo del
mundo, su eterno dolor y contradicción, nace el espanto. Así, no sólo se
contempla el ser; el hombre, desprovisto de toda apariencia, se hace él mismo
voluntad primordial, se convierte en voluntad única, deja de ser individuo,
pues es individuo en tanto que está conformado de apariencias. En el estado
dionisíaco no sólo se transfigura lo que se ve, la visión, es el propio sujeto
el objeto de la metamorfosis. Si el sueño es el juego del individuo con lo
real, la embriaguez es el juego de la naturaleza con el hombre y el arte
dionisiaco es el juego del artista con la embriaguez. Aquií, en esta unión con
el ser, es donde el hombre posee una gran tensión y energía, una plenitud de
fuerza, pues junto al espanto de la visión el hombre siente el éxtasis de la
unión con la naturaleza; esta fuerza y plenitud es la excitación de donde va a
surgir progresivamente el arte dionisíaco: «En la embriaguez dionisíaca, en el
ímpetu que recorre todas las escalas anímicas, o en el desencadenamiento de los
instintos primaverales, la Mala se muestra en su fuerza más intensa»”.
TEORÍA DE LAS ARTES
El modo de producción de apariencia, desde la excitación
parcial hasta la excitación total, sirve de base para una clasificación de las
artes. Según su génesis, hay dos tipos de arte: el apolíneo y el dionisíaco, y
su mezcla. Artes apolíneas son, para Nietzsche, todas las artes plásticas: la pintura,
la escultura y una parte de la poesía, la épica, cuyo fin es conducirnos al
estado onírico: «sólo debemos gozar las imágenes interiores» que el poeta trata
de hacer surgir en nosotros a través de sus palabras. El poeta épico logra su
objetivo en el momento en que llegamos a ver la imagen conseguida con sus
palabras, de modo que logramos participar «de aquel estado onírico donde él
mismo produjo antes esas representaciones»*.
Las imágenes del arte son símbolos que pueden ser gestos o
sonidos. «El lenguaje de los gestos consta de símbolos comprensibles para
todos»*. Los gestos simbolizan representaciones, imágenes contenidas en el
sentimiento, y su visión permite acceder al
estado que los produjo. «La pintura y la escultura
representan el hombre mediante el gesto; es decir, remedan el símbolo y
consiguen su efecto cuando comprendemos el simbolo. El placer de mirar consiste
en la comprensión del símbolo»*, El sonido, en cambio, simboliza las emociones
de la voluntad misma, los modos de placer, exteriorizaciones del fondo
dionisíaco que en sí mismo carece de representación, «se simbolizan en el tono
del que habla»*, Las representaciones que se exteriorizan como placer o
desplacer acompañan siempre a cualquier otro tipo de representaciones. Así, el
placer y el dolor.se manifiestan a través del sonido, mientras que las otras
represeñtaciones, mediante los gestos. En el interior de la música, Nietzsche
llega a distinguir símbolos de aspectos externos de la voluntad, como el ritmo
y la dinámica, y la armonía, que como esencia del sonido simboliza la esencia
de la voluntad, «la voluntad y su simbolo, la armonía». El lenguaje es una
conjunción de gestos y sonidos, de símbolos de imágenes por un lado y de
sensaciones de dolor y placer por otro. Enlazar unas palabras con otras es otra
forma de representación simbólica que domina la esfera de la palabra aislada:
«es necesario elegir las palabras, colocarlas de nuevo, comienza la poesía»”.
Con el uso de las palabras se inicia el arte de la poesía, que puede ser de diferente
clase según se destaque un aspecto u otro de los elementos que la componen,
según se empleen éstas como simbolo de representaciones de dolor o placer,
«como símbolo de emoción primordial de la voluntad», es decir, según se conceda
la primacía al sonido, o se usen las palabras como símbolo de los demás tipos
de representaciones, como imágenes ya de imágenes, esto es, se conceda una
preponderancia al gesto. Entonces «se separan los caminos de la poesía, la
épica y la lírica»: la poesía épica, que es un arte apolíneo y está emparentado
con la pintura y la escultura por el modo de producir sus imágenes artísticas,
mediante la excitación de la visión de imágenes y con independencia de la
música; la poesía lírica, por el modo de producir sus símbolos, está emparentada
con el arte de la música y es un arte dionisíaco.
Las representaciones de placer y dolor se bol mediante el
sonido, mediante la música, que expresa la forma fenoménica más general de la
voluntad: «en ese sentido puede ser llamada imitación de la naturaleza, pero de
la forma más general de naturaleza»*, El arte en tanto que capacidad de crear
imágenes se desarrolla, según esta teoría, a través de diversos estadios o
esferas simbólicas. Cada arte es un modo de simbolizar, de producir imágenes, a
partir de una excitación. En el caso de la excitación apolínea, es una facultad
de producir las imágenes a partir de otras imágenes previas, son imágenes de la
imagen. En el arte dionisíaco esta producción se lleva a cabo a partir de un
estado donde hay una absoluta ausencia de imágenes: el estado de embriaguez
dionisíaco, que de alguna manera es la vuelta al estado de la voluntad única; a
partir de este estado en el que se ha perdido la individualidad se produce una
expresión, una simbolización, una serie de imágenes de la voluntad. El artista
es una imagen, símbolo del mundo, del ser eterno, y, como el propio mundo se
transforma él mismo en imágenes, el artista, en tanto que está unido al mundo,
sufre una serie de transformaciones que precisamente se corresponden con las
diferentes esferas simbólicas. Lo que deviene su embriaguez son las imágenes
que configuran las diversas artes.
La música supone para Nietzsche el primer estadio de
simbolización, la primera serie de producción de representación del estado dionisíaco
o de embriaguez completa. Esto significa que todo arte no apolíneo, todo arte
que nace de alguna manera a partir de lo informe, de lo que no tiene imagen,
debe surgir por la mediación de la música, primera esfera simbólica de la
intensificación del afecto. De ahí que la tragedia, en tanto que contiene
elementos dionisíacos, deba nacer también de la música. La excitación
primordial de la embriaguez, del mismo modo que el mundo de la voluntad, tiene
un deseo de apariencia cada vez mayor; por esto el arte, en tanto que capacidad
de producción de apariencias, no se detiene en el lenguaje de la música, sino
que continúa creando imágenes como réplicas de ésta, que a su vez ya lo es del
mundo contradictorio y amorfo de la voluntad. Esa capacidad artística se
reduce, a fin de cuentas, al grado de excitación corporal contenido en el estado dionisíaco o de embriaguez. Así,
si el músico crea una copia de ese uno originario, una repetición del mundo, el
poeta lírico, O el músico en tanto que poeta, busca construir un mundo de
imágenes para esa música. Las palabras de la poesía lírica, es decir, las
palabras usadas sobre todo como representaciones de las sensaciones de dolor y
placer, y no como gestos, nacen de una disposición de ánimo musical. El proceso
por el que se forma la poesía lírica es el mismo que el proceso por el que
surge la música: una descarga de apariencia, sólo que la música es la descarga
primera del estado dionisíaco y la poesía es la descarga de un mundo que,
aunque no sea figurativo o conceptual, ya es un lenguaje, un arte, una
naturaleza que ha dejado su carácter amorfo y caótico para convertirse en
armonía, en forma: en la música. Esos reflejos apolíneos, que surgen
sucesivamente, ofrecen la imagen del propio artista. Las imágenes surgidas de la
música son las del propio poeta, pero no en tanto que individuo: son reflejos
oníricos de sí mismo, pero en tanto que se identifica con el fondo primordial
de las cosas, pues el pocta, al ingresar en el estado dionisíaco —la condición
de la capacidad simbólica—, abandona su subjetividad. Y aquí parece necesario
referirse a la célebre oposición objetivosubjetivo, que según Nietzsche es
improcedente en la estética a la hora de hablar de poesía épica y de poesía
lírica, pues el lírico, aunque se expresa a sí mismo, no lo hace en tanto que
individuo, en tanto que sujeto, sino que, perdida su individualidad, se
identifica con las fuerzas elementales de la naturaleza, con el fondo
primordial, que es el que comienza a expresarse mediante diferentes . esferas
simbólicas que mantienen una relación estética entre ellas, “es decir, cada una
es creación o manifestación de la otra. Nietzsche, desarrollando y precisando
su concepción de la poesía lírica, habla en El nacimiento de la tragedia de la
canción popular. La canción popular es también un ejemplo de arte apolíneo y
dionisíaco, pues en ella la melodía, como espejo musical del mundo, busca una
apariencia onírica. La melodía es universal y susceptible de infinitas
interpretaciones, apariencias, en definitiva, de múltiples textos. En la
canción popular, la música, excitando la capacidad lingúística, se descarga en
imágenes, en el lenguaje, que es una imitación de la música. Para «expresar en
imágenes la apariencia de la música, el lírico necesita todos los movimientos de
la pasión»”
El arte dramático también es explicado como una conjunción
de lo dionisíaco y de lo apolíneo, como la embriaguez que termina
convirtiéndose en apariencia. En el drama también se produce el proceso
artístico que consiste en la descarga de la excitación en imágenes, de la
voluntad que busca redimirse en la apariencia. La tragedia nace del coro
trágico, que es una imitación de un fenómeno natural: el sátiro. Este, en tanto
que hombre dionisíaco, ha borrado toda ilusión, todo límite, y ha ingresado en
el estado que le une a la voluntad única, de modo que participa de la fuerza
máxima de la naturaleza y adquiere una capacidad máxima de simbolización. El
coro trágico es el reflejo del hombre dionisíaco, la visión de la masa
dionisiaca y el escenario, la visión del coro de sátiros. Si en la poesía
lírica las palabras tienen su origen en la música, como una prolongación de la
capacidad simbólica de la excitación dionisíaca, en el drama, todos los
elementos se explican del mismo modo: como reflejos apolíneos de estados
dionisíacos. Así, el fenómeno dramático primordial, según Nietzsche, consiste
también en la transformación, en la conversión de los miembros del coro en
sátiros, en «verse transformado a sí mismo ante sí y actuar como si se hubiera
penetrado en otro cuerpo, en otro carácter,
Se puede observar que los tres tipos de arte que Nietzsche
distingue en su primera ontología estética participan de algo común: son una
capacidad simbólica que tiene su condición en la embriaguez, el único estado
artístico. Todo símbolo acaba siendo una descarga, en general visual, de una
excitación. Lo apolíneo y lo dionisiíaco están siempre inevitablemente unidos
de alguna manera. Ahora bien, del arte apolíneo hay que recordar que sus
imágenes, su mundo onírico creado nace ya de un mundo onírico. El arte más
puramente dionisíaco, como es el de la música, si bien es verdad que no tiene
propiamente imágenes visuales, sí tiene un grado de apariencia, pues, como
observa el filósofo, la ausencia total de apariencia es el estado no estético,
y sólo la voluntad en cuanto tal está desprovista de apariencia, aunque, como
se ve obligado a reconocer el pensador en «Música y palabras», toda nuestra
experiencia del proceloso fondo del que surgimos y del que surgen nuestros
símbolos, nuestra experiencia del ser es ya apariencia, pues nuestra
experiencia se agota en la apariencia; esto conducirá a Nietzsche a negar cualquier
tipo de lenguaje que afir me la existencia del ser. Incluso el hombre
dionisíaco que ha perdido toda imagen y se encuentra confundido con la
naturaleza, en tanto que se contempla, en tanto que tiene experiencia de sí
como no sujeto, sólo puede ver apariencia, por más que sea la descarga
de la embriaguez, pues ésta, en cuanto tal, no tiene forma y
no es
de ningún modo visible, y desaparece la naturaleza en tanto
que carece de forma alguna, pues todo nuestro ver o contemplar ya contiene un
elemento estético, un elemento de apariencia, todo ver, toda experiencia nos
introduce en el mundo de la apariencia.
“Así, la música, aunque no tenga imágenes visuales, aunque
no ten-
ga un grado desarrollado de apariencia, sí tiene la forma y
apariencia, la cual es siempre del dios Apolo, pues de otro modo nos
hallaríamos fuera de todo ámbito estético, fuera, en definitiva, de la
experiencia. Por esto, el ser, en tanto que opuesto a apariencia, termina por
desaparecer en la filosofía de Nietzsche. En cuanto a las artes mixtas, todos
sus símbolos, sean palabras, escenarios, diálogos, acción dramática, son el
resultado de la embriaguez dionisíaca. En cierto modo, aquí el hombre realiza
el mismo acto que
el mundo. El hombre se transforma en naturaleza, que
comienza
A
su camino hacia la apariencia, su devenir apariencia, es el
mismo acto que la creación del mundo, es el mismo acto que la cosmogonía, que
nunca cesa su actividad, pues el mundo no cesa de devenir apariencia. Y si el
mundo, como el artista, es un constante devenir apariencia, el ser, como lo
opuesto al devenir, acaba por perder su sentido. Del mismo modo que el mundo se
agota en la apariencia, el mundo se agota en el devenir; de aquí que la
estética de Nietzsche (que ha alcanzado visiones nuevas e inquietantes
"sobre la actividad del arte, algunas de las cuales van a permanecer
definitivas en su pensamiento) deje de pensar la actividad estética como la
actividad de un mundo que es un ser, una voluntad única, aunque sea irracional,
ciego, caótico, lleno de dolor, porque nuestra experiencia se agota en el
devenir y en la apariencia y, por tanto, desde ella no podemos oponerles nunca
un ser, de la naturaleza que sea.
El arte siempre es concebido —éste el núcleo de su idea de
arte— como la apariencia de la embriaguez, y en las diversas clases de arte
—apolíneo, dionisíaco o apolíneo-dionisíaco—, esta idea puede adoptar diversas
interpretaciones. En cualquier caso, la música es el reflejo más inmediato del
estado de embriaguez de los afectos, por lo que se la puede considerar como la
madre de todas las artes que tienen un origen dionisíaco, y esa esfera simbóli ca
tiene una capacidad infinita de interpretaciones”, innumerables h son las
imágenes que pueden derivarse de ella. El proceso artístico | como una cadena
de proyección de apariencias hace que la música no sea en un principio un arte
especial o aislado, sino que la excitación que provoca el sonido continúa su
camino hacia un mayor grado de apariencia y excita la capacidad lingúística —la
poesía—, los músculos —la danza—, etc. Las artes son estadios del camino de la
excitación hacia un grado cada vez mayor de apariencia. Las artes separadas no
son para Nietzsche más que un vicio moderno; el arte es un ámbito global donde
se producen una tras otra las diversas artes: «Cada arte tiene un trecho de
camino y otro trecho donde se junta con otras artes»”. Como un arte separado,
la música es una especialización tardía y se desarrolla porque se detiene la
proyección de apariencias de la excitación y descarga de los afectos, con lo
que se frena la expresión de otros sentidos y se reduce a «mero residuum del
histrionismo dionisíaco. Se han inmovilizado unos cuantos sentidos para hacer
posible la música como arte especial, sobre todo el sentido muscular [...], de
modo que el hombre ya no imita y representa inmediatamente todo lo que
siente»*. Así, la idea del arte como un proceso de creación de símbolos en cuyo
camino se van sucediendo las diversas artes permanece incluso cuando Nietzsche
ya ha abandonado su primera ontología estética.
LAS ARTES NO ESTÉTICAS. EL ARTE SOCRÁTICO Y EL ARTE
ROMÁNTICO
Ahora bien, en todo este proceso hay un sentido que va desde
el mayor grado de excitación a un menor grado de intensidad en la descarga de
imágenes, o desde un menor grado de apariencia a un mayor grado de apariencia,
de forma, de armonía, de placer. La música es la esfera de donde surgen
numerosas interpretaciones, numerosos textos, pero de la imagen no puede surgir
el primer texto de la embriaguez. Nietzsche se refiere en numerosas ocasiones a
este aspecto del proceso de creación. Su insistencia se debe
al he| cho de que invertir este orden significa producir un arte que no nace de
una necesidad estética, de la descarga de la embriaguez; es, por tanto, un arte
antiartístico. En el mundo de la apariencia, los sonidos, sí se imita el acto
de la creación del mundo, son reflejo inmediato de la excitación del afecto, y
los demás símbolos son “siempre un reflejo mediato que pasa previamente por el
de la música. El mundo figurativo es siempre, en el orden de la producción
artística, posterior al no figurativo, de modo que lo que tiene más grado de
imagen es posterior y consecuencia de lo que tiene un menotí grado de
figuración, y una imagen puede surgir de una imagen, pero lo que carece de
imagen no puede proceder de la imagen, al menos en el proceso artístico
genuino. Así, un sonido no puede ser un símbolo de una imagen porque supondría
invertir el orden de las esferas simbólicas.
En todo proceso artístico hay, pues, una dirección que va
desde lo más informe hacia lo que posee más forma, desde lo menos estético a lo
más estético, desde el menor grado de apariencia hacia el mayor grado de
apariencia. De este modo, pretender poner música a un poema supone invertir el
proceso artístico originario: «¡Una empresa parecida a la de un hijo que
quisiera engendrar a su padre!»*“. La música puede engendrar imágenes, pero una
representación jamás tiene capacidad de producir a partir de sí la música. «Tan
cierto es que un puente lleva desde el castillo misterioso de la música al
campo abierto de las imágenes [...] como es imposible hacer el camino contrario»*,
Y, sin embargo, sí existe un modo de hacer un arte antiartístico, un modo de
crear obras artísticas con elementos dionisíacos, como la música o el drama,
x_que no parten precisamente de los estados artísticos o
dionisíacos. No sólo en la vida hay acciones que no pertenecen al dominio del
arte en sentido estricto, como ocurre con la moral o el conocimiento, y son
contrarias al proceder originario del mundo; son voluntades de poder que
tienden a aniquilar la propia voluntad de poder, o sirven para proteger formas
degeneradas de vida; también en la propia práctica artística se dan
procedimientos no estéticos o antiartísticos, y precisamente por la inversión
producida en el proceso de creación.
Asi explica Nietzsche, por ejemplo, la muerte de la
tragedia, cuya causa hay que encontrarla en que dejó de concebirse a partir de
la música y en que todos sus símbolos, su creciente visión, dejaran de nacer
paulatinamente y de un modo inconsciente a partir del estado de la embriaguez.
Eurípides, que es el autor teatral que presenta este cambio en la forma de
concebir la tragedia, pensó que el intelecto era el estado estético de donde se
generaba toda creación, cuando ese estado es precisamente antiartístico,
dejando a un lado todo origen dionisíaco en la tragedia. La acción, la trama no
es el resultado de un largo proceso de visualización creciente, sino que es el
fruto de un plan minuciosamente trazado. Esta forma de componer tragedias, que
se opone a la creación artística, en la cual los símbolos surgen de una manera
constante e inconsciente, crea de un modo consciente y parte de la sobriedad en
lugar de la ebriedad. Esta manera no estética de hacer arte se basa en un
principio al que Nietzsche llama el socratismo estético: «Todo ha de ser
consciente para ser bello», Aquí ya no son los instintos los que producen la
obra de arte, sino que en su lugar aparece la conciencia, y el artista no se
comporta como tal, sino como un hombre teórico o de conocimiento que no se
interpreta como voluntad de poder y cuya acción parte de la conciencia y no de
la música, de lo dionisíaco, con lo que la tragedia pierde su esencia: la
manifestación de los estados dionisiíacos o simbolización de la música. Pero no
sólo el drama, también la música, la más fundamental de todas las artes, puede
ser antiartística, lo que sucede también cuando se invierte el orden adecuado
de la creación estética, cuando se pretende engendrar la música —<el arte
más cercano a la embriaguez— a partir de imágenes, que están más alejadas del
estado originario y necesario para el arte. En este caso, la música no se
utiliza por sí misma, sino como medio para algo diferente, para un fin: para
clarificar las imágenes y conceptos: «esta extraña pretensión que está en el
concepto de la “ópera” me recuerda al hombre ridículo que intenta subirse por
los aires con la ayuda de sus propios brazos»”. Esta crítica de la música no
dionisíaca, que sólo es un medio, seguirá haciéndola Nietzsche cuando
posteriormente contraponga el verdadero arte —el dionisíaco— al arte romántico,
como un arte no estético. Dicha música, concebida como mero medio para el arte
dramático, no puede producir ningún efecto dionisíaco, pues ha dejado de ser un
símbolo nacido de la fuerza para convertirse en un símbolo meramente
convencional, un signo mnemotécnico para llamar la atención del espectador
sobre algún aspecto de la acción dramática: «del mismo modo que una señal de
trompeta hace al caballo ponerse al trote»*. Además de esta - música usada como
medio para la comprensión de la acción, en el drama moderno se compone otro
tipo de música, contrario también a la música pura, denominado por Nietzsche
«música-excitación», que sirve para estimular los nervios cansados. En El
nacimiento de la tragedia, el arte dionisíaco es contra- puesto al arte
socrático, este último concebido como una negación del propio arte, pues, como
ya se ha visto, resulta de una inversión del proceso artístico original, de un
modo consciente de crear, por lo que el efecto que se puede esperar del arte
—que sea un tónico— ya no se produce. En los fragmentos póstumos de los últimos
años esta oposición se transforma en la de arte dionisiaco y arte romántico, o
también en lo clásico y lo romántico, que es un desarrollo de la antítesis
antigua entre lo dionisíaco y lo socrático. Estas dos formas radicales de
concebir el arte se contraponen tanto por el modo del acto de creación como por
el estilo que constituye la obra, el cual se deriva precisamente de cada modo
de componer. El arte socrático, que nace de lo consciente y no de lo instintivo,
y el arte romántico tienen en común el hecho de que su origen no es la
embriaguez, por lo que no pueden ser algo artístico, pues ese estado es la
condición de todo arte en sentido propio: hay que excitar toda la máquina para
que pueda comenzar el camino del arte. La plenitud, el exceso de fuerza es lo
que se encuentra en la base de todo arte genuino, mientras que la carencia, la
debilidad es lo que empuja a crear en todo arte romántico: «Es, en definitiva,
una cuestión de fuerza: un artista riquísimo y con fuerza de voluntad podría
dar la vuelta por completo a todo ese arte romántico y hacerlo antiromántico,
dionisíaco, por usar mi fórmula»*. Es el descontento, la carencia, la escasez
lo que mueve a la creación en el romanticismo, en lugar de la sobreplenitud, la
riqueza, propia del estado estético: «¿Es el arte una consecuencia de la
insatisfacción por la realidad? ¿O una expresión del reconocimiento por la
felicidad gozada?»”.
Pero al mismo tiempo esta oposición también se puede ver
desde el punto de vista de lo clásico —<del gran estilo— y de lo romántico.
El estilo clásico nace de la embriaguez y, por tanto, se origina mediante el
proceso por el que el arte ejerce su dominio sobre el caos, como expresión de
la intensidad de fuerza, de la potencia de la simplificación, de la plenitud,
de la perfección, del efecto idealizante. El gran estilo es el producto del
sentimiento de poder, frente al romántico, que lo es de la debilidad. En el
dominio sobre el caos se tiende hacia el tipo, reina la gran quietud, la ley se
respeta y la excepción se destierra: «Lo firme, lo poderoso, lo sólido, la vida
que descansa tendida y poderosa y oculta su fuerza»”. El romanticismo, en
cambio, que nace de los estados no estéticos, como el de la objetividad, no
logra construir un estilo, más bien se da en la obra de arte romántica la
disolución del estilo, una renuncia al estilo, y en el caso de Wagner también
se piensa que hay algo más importante que la música: el drama. Además, lo que
se expresa en el arte es la propia forma, el propio arte, y en el arte
romántico se renuncia a imponer una ley a la obra, de manera que la gran
variedad de modos de expresión que ha desarrollado el arte moderno es
totalmente inútil, pues lo que se ha perdido es justamente el arte: «¿Qué
importa toda la ampliación de los medios de expresión, cuando lo que ahí se
expresa, el arte mismo ha perdido para sí mismo la ley?»”?. Otra característica
del romanticismo es la confusión y la mezcla de las artes: con la pintura se
quiere escribir; con la música, pintar; se pasan los procedimientos de un arte
a otro arte”. El arte moderno o romántico también tiraniza, se emplea la
brutalidad y la exageración para buscar el efecto, confundiendo a los sentidos,
como en el caso de Zola o Wagner. El efecto que pretende la música romántica es
el adormecimiento, la hipnosis, el aturdimiento. Toda esta falta de estilo que
con la proliferación de medios de expresión trata de crear un estado hipnótico
en el oyente se debe, sin duda, al estado de donde nace el arte romántico, a la
«objetividad, la manía del reflejo, neutralidad, [...] consunción,
empobrecimiento, agotamiento, voluntad de nada. Cristiano, budista, nihilista».
El arte antidionisíaco es, en definitiva, un arte que se niega a sí mismo, un
arte que, contrariamente al efecto tónico que provoca el gran estilo nacido de
la embriaguez, llega a deprimir. Por tanto, no sólo la voluntad de poder se
niega a sí misma como actividad artística en la moral o el conocimiento; en el
arte mismo conoce también una forma de negación de sí misma.
LA BELLEZA Y LA FEALDAD
Por último, cabría preguntarse qué significan la belleza y
la fealdad dentro de esta teoría del arte. La belleza es el arte sin más, el
arte es el reino de lo bello, mientras que la fealdad es lo que está fuera del
ámbito del arte, lo que está desterrado de él. El sentimiento de fuerza es
capaz de ejercer su dominio sobre el desorden, de imponer una forma, de hacer
surgir la sencillez lógica y geométrica, de crear la belleza, y esta belleza
nacida del aumento de fuerza provoca, a su vez, una intensificación de la
fuerza. La debilidad, sin embargo, no tiene el poder suficiente de organizar,
no tiene el poder de abandonar la fealdad, porque carece de una coordinación
interna suficiente para lograr la belleza; por esto la fealdad [...] significa
disminución de la fuerza organizadora, de la «voluntad fisiológicamente
hablando»”. La belleza y la fealdad se definen, entonces, fisiológicamente, por
el grado de sensualidad que es capaz de organizar el caos, y esto tanto en un
sentido amplio del arte, como actividad general del hombre, como en sentido
estrecho, como en la práctica de las diversas artes. La belleza es un tónico,
un estímulo para el cuerpo; la fealdad, lo opuesto al arte, es ausencia de
fuerza, ausencia de poder de organización, ausencia de estilo, es un
empobrecimiento fisiológico que produce «un efecto depresivo, es la expresión
de una depresión: quita fuerza, empobrece, oprime...»”*, La belleza es algo que
pone el hombre en las cosas y se define siempre en relación con él, es decir,
es un concepto «condicionado». Así, Nietzsche repite con cierta frecuencia la
idea de que el hombre es fundamentalmente artista, poeta, fabulador, inventor
de ficciones que presta la belleza a las cosas: «Toda la belleza y lo sublime
que hemos atribuido a las cosas reales e imaginarias quiero reivindicarlas como
propiedad y obra del hombre: como su más bella apología»”. La estética, desde
un punto de vista fisiológico, acaba revelándose como algo totalmente dependiente
del hombre, sin lo cual los juicios estéticos carecen de sentido: «Nada es más
relativo, digamos más limitado que nuestro sentimiento de lo beilo»”, El
instinto estético descubre, en definitiva, lo que es perjudicial para nosotros
en tanto que hombres, tenemos aversión estética por las cosas que pueden
resultar peligrosas para nosotros. La belleza, en cambio, «está dentro de la
categoría general de los valores biológicos de lo útil...»”*. Fuera de estos
valores de conservación, la belleza pierde todo sentido para Nietzsche. Por
otra parte, desde el punto de vista fisiológico la belleza, al estar totalmente
unida al placer del hombre, significa también que éste se admira como tipo, la
belleza es la satisfacción del que se contempla a sí mismo como perfección de
un tipo, del que se dice sí a sí mismo, inundando de este modo con su propia
belleza las demás cosas. «Nada es bello, sólo el hombre es bello. Sobre esta
ingenuidad se basa nuestra estética: es su primera verdad»”. Del mismo modo que
sólo el hombre es bello, sólo el hombre puede ser feo, y el hombre feo es el
hombre malogrado, el hombre que no tiene un sentimiento elevado de poder, una
fuerza configuradora capaz de elevarle a la perfección y de prestársela a las
cosas. El artista, en cuanto tal, es capaz de hacer esto siempre que parta de
estados estéticos para la formación de su arte. La belleza es la propia
perfección de uno mismo prestada a todo lo que le rodea. Es la fuerza del
hombre que le hace ver todo perfecto e idealizado, es el propio hombre que con
su exceso de fuerza tiene la potencia de ordenar, de simplificar, de producir
la síntesis, de desterrar toda lucha, de crear la gran obra, porque él es ya la
gran obra, de producir la belleza, porque es ya algo logrado, de amar, porque
tiene la capacidad de transfigurar. Como en la belleza el hombre ama la
perfección de su tipo, que le hace ver todo perfecto, en la fealdad, odia «la
degeneración de su tipo. En ese odio consiste toda la filosofía del
arte»".
Y entonces la máxima Belleza es Dios y el hombre lo crea pero
lo que no comprende Nietzsche es que Dios lo crea primero sin esa fe no hay
arte y el verdadero arte exige la destrucción de la voluntad de poder y se hace
Religión, filosofía, ciencia, al punto
que podemos decir que la religión natural del Chaman es el primer arte, la religión
revelada del yogui que tuene su culmine en buda es religión revelada base de
toda filosofía y que el héroe terminara creando la ciencia y en él, la
Religión, el arte, la filosofía y la ciencia se separaran reconociéndose a sí
mismos y perdiendo su integridad, más en Cristo todo eso es superado y la vida
se revela en amor.
Nietzsche odiara esta revelación, la ve enferma, pobre, sin
vitalidad pero hemos visto a los primeros Cristianos, hemos visto su lucha
espiritual su guerra de imaginarios, su metafísica de la violencia, la cual nos
lleva al espíritu absoluto en San Agustín, al Espíritu revelado en San
Francisco, y luego saliendo de lo Católico al espíritu subjetivo en Hegel donde
el burgués se hace Dios, al espíritu objetivo en Marx donde Dios se disuelve en
la comunidad que ha logrado la socialización delo medios de producción para
llegar al propio Nietzsche en el anti espíritu, este dasein que se afirma en su
voluntad de poder, más la verdadera voluntad es aquella que se niega así misma destruyéndose
por eso elegimos Simone Weil para dibujar el rostro humano.
Pero antes comprendamos lo que es el Espíritu:
Para esto dejemos que Deepak Chopra nos mienta y es que en
el no hay un artista, no hay un filósofo, mucho menos un científico es menos
que un sofista, un clásico autoayudador que infiere cosas que excitan a las
mentes más mediocres y las hace pasar como evidencias, este seudo hombre
promete una vida feliz en el descubrimiento del Espíritu, nada más alejando de la
realidad porque el Espíritu como bien lo
comprenderá Simone Weil es comunión pero
sobre todo distancia de esa comunión entre lo uno y las diferencias y solo en
el profundo dolor es que nos biotejemos siendo el Espíritu amor.
Desde la infancia, nos sentimos llenos de curiosidad acerca
de nuestra existencia y potencial, viendo el futuro como un lienzo en blanco de
oportunidades. Sin embargo, a medida que crecemos y nos enfrentamos a
limitaciones, esta perspectiva a menudo se transforma en una llena de ansiedad
y encierro. Para recuperar un sentido de potencial ilimitado, debemos
comprender la interconexión de todas las cosas, lo cual puede abrir caminos
hacia oportunidades crecientes y coincidencias positivas en nuestras vidas—un
concepto conocido como Sincrodestino. Nivel 1: EL DOMINIO FÍSICO El reino
físico abarca el mundo material que percibimos a través de nuestros sentidos:
entidades con límites definidos y linealidad temporal. Regulada por las leyes
de causa y efecto, este dominio es predecible, con toda materia sujeta a la
impermanencia, fluyendo a través de un ciclo de nacimiento y decadencia.
Nuestra comprensión de la realidad se basa principalmente en este universo
tangible y visible.
Nivel 2: EL DOMINIO CUÁNTICO El nivel cuántico revela un
reino de energía e información, donde la
esencia de la realidad se vuelve menos sólida y más inmaterial. En este nivel,
nuestra mente y pensamientos coexisten sin fisicalidad, y todos los fenómenos
observables son manifestaciones de una energía subyacente. El mundo material es
un subconjunto de este dominio cuántico, y las interacciones ocurren en función
de frecuencias energéticas, lo que lleva a percepciones diferentes de solidez.
Nuestros campos de energía colectivos interactúan constantemente, mostrando
nuestra interconexión fundamental a través de una sopa energética compartida.
Nivel 3: EL DOMINIO NO LOCAL El dominio no local representa puro potencial e
inteligencia, trascendiendo espacio y tiempo. Este nivel espiritual es donde la
conciencia emerge y orquesta la energía en formas. La inteligencia no local
opera instantáneamente, exhibiendo correlaciones y efectos sin depender de las
leyes físicas convencionales. Es a través de esta lente que podemos acceder a
sincronicidades profundas, creando cambios transformadores en la vida y
manifestando deseos como milagros. EVIDENCIA DEL DOMINIO VIRTUAL La exploración científica en el siglo XX ha
reforzado la existencia del dominio no local, conectando conceptos filosóficos
antiguos con hallazgos empíricos. La naturaleza dual de las partículas
subatómicas como ondas y partículas subraya la dependencia de la observación
para definir la realidad, demostrando que sin una conciencia atenta, las
entidades existen meramente como potencial. Expresiones concretas de estas
conexiones no locales se observan en experimentos con células vivas, mostrando
comunicación y reacciones instantáneas a través de distancias. A través de la
comprensión de estos dominios, nos damos cuenta de que no somos entidades
separadas, sino parte de un todo mayor, profundamente interconectados en
nuestras experiencias y conciencia. Al acceder a esta inteligencia colectiva,
podemos encarnar el Sincrodestino, donde las coincidencias se alinean para
cumplir nuestros deseos más profundos Ejemplo
Punto clave:Entender la interconexión de todas las cosas puede desatar tu
potencial ilimitado. Ejemplo:Imagina que estás en una intersección concurrida,
donde la gente pasa corriendo a tu lado. A medida que observas, comienzas a
notar cómo el viaje de cada persona está entrelazado, moldeando la narrativa
completa del día. Reconocer esta red interconectada no solo alivia tu ansiedad
sobre tu camino individual, sino que también te empodera para aprovechar
oportunidades inesperadas que surgen de estas conexiones. Quizás una simple
sonrisa o una mirada compartida se convierta en una conversación que te lleva a
una oportunidad laboral, manifestando el Sincrodestino en acción. El mundo
responde a tu apertura, revelando el potencial ilimitado que existe cuando te
alineas con la energía colectiva que te rodea.
Pensamiento crítico Punto clave:La interconexión de todas las cosas como
un camino hacia un potencial ilimitado. Interpretación crítica:Chopra sugiere
que al reconocer nuestra interconexión en los dominios físico, cuántico y no
local, podemos desbloquear un mayor sentido de potencial personal y
experimentar el Sincrodestino. Aunque esta perspectiva es intrigante, es
fundamental abordarla con escepticismo y considerar la evidencia de diversas
áreas como la psicología y la neurociencia que apuntan a las limitaciones de la
percepción y la cognición humanas. Notablemente, investigadores como Daniel
Kahneman en "Pensar, rápido y despacio" destacan los sesgos en cómo
interpretamos nuestras experiencias, sugiriendo que nuestros sentimientos de
interconexión pueden estar influenciados por sesgos cognitivos en lugar de una
verdadera energía unificadora. Por lo tanto, los lectores deben evaluar
críticamente las ideas de Chopra en relación con teorías científicas
establecidas y la experiencia personal.
Al final Chopra está tratando de vendernos el conocimiento de la mecánica
para entrar en la intención espiritual:
Sección Resumen Introducción a la Intención La intención
moldea la realidad y surge de la mente universal, permitiendo la manifestación
de la realidad física. El Papel de la Intención en la Cognición La intención
sincroniza regiones del cerebro, transformando señales dispares en percepciones
coherentes. Intención y Percepción La intención organiza las percepciones,
creando experiencias significativas a partir de datos sensoriales en bruto.
Entendiendo la Intención La intención satisface necesidades y, en última
instancia, busca la felicidad, moldeando así los destinos. La Intención como
Fuerza de la Naturaleza La intención es una fuerza universal fundamental que
precede al aprendizaje, el razonamiento y la acción. Mente Local vs. Mente No
Local La mente local está impulsada por el ego y limitada por el tiempo y el
espacio, mientras que la mente no local conecta a todos los seres en pura
conciencia. Creatividad y Saltos Cuánticos La creatividad surge de la
interacción de las mentes local y no local, ilustrando saltos creativos
evolutivos. La Interconexión de la Intención La intención conecta a los
individuos dentro de una vasta red, con la mente no local coordinando todas las
experiencias. La Naturaleza del Cumplimiento de la Intención El cumplimiento
requiere la alineación de las intenciones locales y no locales para despertar
la creatividad. Las Dinámicas de las Intenciones Personales y Universales La
intención debe satisfacer tanto necesidades personales como universales para
lograr coherencia y resultados beneficiosos. El Papel de la Retroalimentación
en la Intención La conciencia de la retroalimentación ayuda a reconocer
sincronicidades y oportunidades relacionadas con la intención. Volviendo a la
Autorrealización La autorrealización conecta a los individuos con la
inteligencia universal y reduce la ansiedad.
Sección Resumen Conclusión: La Mecánica de la Intención La
intención requiere un enfoque delicado, rindiéndose a la mente no local para
realizar la creatividad natural y reconocer las coincidencias que se alinean
con el espíritu universal.
Intención Introducción a la Intención El concepto de
intención es vital para entender cómo se pueden cumplir los deseos. A
diferencia de los deseos de los cuentos de hadas de la infancia, nuestras
verdaderas intenciones moldean nuestra realidad. La intención surge de la mente
universal y se localiza en el individuo, permitiendo la manifestación de la
realidad física. El Papel de la Intención en la Cognición La intención es la
fuerza motriz detrás de todos los procesos cognitivos. Permite que el cerebro
sincronice diferentes regiones, convirtiendo señales dispares en percepciones
coherentes. Esta sincronización es esencial para experimentar el mundo físico
como lo hacemos.
Intención y Percepción Sin intención, nuestras percepciones
serían desorganizadas; la intención ayuda a crear experiencias significativas a
partir de datos sensoriales crudos. El mundo actúa como una mancha de
Rorschach, y a través de la intención, damos significado y sustancia a nuestras
experiencias. Comprendiendo la Intención La intención va más allá de un simple
deseo; sirve para la satisfacción de necesidades—materiales, relacionales o
espirituales. En última instancia, todas las intenciones apuntan hacia la
felicidad o la realización, revelando que los deseos profundos y las intenciones
moldean nuestros destinos. La Intención como Fuerza de la Naturaleza La
intención es una fuerza fundamental en el universo, facilitando el equilibrio y
la creatividad. El aprendizaje, el razonamiento y la acción son precedidos por
la intención, que guía nuestras acciones y evoluciona a través de la práctica
repetida Mente Local vs. Mente No Local
La mente local representa el ego y la conciencia individual limitada por el
tiempo y el espacio, mientras que la mente no local encarna la pura conciencia
que conecta a todos los seres. El yo individual a menudo eclipsa al yo
universal, limitando la creatividad y las perspectivas más amplias. Creatividad
y Saltos Cuánticos La creatividad surge de la conexión sincrónica de las mentes
local y no local. Los saltos evolutivos históricos, como la aparición de las
aves a partir de los anfibios, ilustran cómo ocurren saltos creativos a través
de la intención en niveles individuales y universales. La Interconexión de la
Intención La intención influye no solo en los resultados individuales, sino que
se conecta con una vasta red de interacciones entre miles de millones de
mentes. La verdadera fuerza organizadora a través de los eventos es la mente no
local, coordinando todas las experiencias de manera armoniosa.
La Naturaleza del Cumplimiento de la Intención La intención
debe alinearse con las intenciones universales para lograr el cumplimiento.
Tanto la mente local como la no local deben cooperar para lograr chispas de
creatividad y realizaciones. La Dinámica de las Intenciones Personales y
Universales La intención debe servir a las necesidades tanto individuales como
universales para la sincronización y el cumplimiento. Las acomodaciones de los
deseos locales pueden llevar a beneficios más grandes, creando resultados
cohesivos. El Papel de la Retroalimentación en la Intención La
retroalimentación es esencial en el ejercicio maduro de la intención. Estar
sobrio y consciente permite notar las sincronicidades y oportunidades
orquestadas por la intención
Regresando a la Autorrealización
La autorrealización
restaura el equilibrio con la mente no local, liberando a los individuos de los
miedos egocéntricos. La ansiedad disminuye cuando uno reconoce su conexión con
la inteligencia universal. Conclusión: La Mecánica de la Intención La intención
sirve a propósitos prácticos, requiriendo un enfoque delicado. El acto de
rendirse a lo no local permite que la creatividad natural produzca resultados.
Observar coincidencias proporciona pistas para cumplir intenciones; estas
coincidencias indican alineación con el espíritu universal.
Y así vamos
encontrando el algoritmo que nos permite acceder al Espíritu, pues bien no hay
ese algoritmo, si bien nosotros insistimos en el misterio pascual y en el
misterio Dhramico como base de todo, a estos misterios los maneja el logos pero
acción en una profunda angustia que muy pocos pueden soportar, Nietzsche dirá
que en esa angustia creamos formas, pero esas formas lo que tratan de revelar
es al ser y eso solo lo logran los Cristianos desde el más profundo dolor
EL AMOR
DE DIOS Y
LA DESGRACIA
por Simone Weil
Manuscrito probablemente escrito en la primavera de
1942
y entregado al R.P. J.M. Perrin O.P. por su autora
unos
días antes de dejar Francia
En el dominio del sufrimiento, la desgracia es algo
aparte, específico e irreductible. Es una cosa muy distinta del simple
sufrimiento. Se apodera del alma y la marca hasta el fondo con su muy
particular sello, la marca de la esclavitud. La esclavitud tal como se
practicaba en la antigua Roma es sólo una forma extrema de la desgracia. Los
antiguos, que lo sabían todo acerca de este asunto, solían decir: «El día que
un hombre se convierte en esclavo, pierde la mitad de su alma».
EL SUFRIMIENTO
La desgracia es inseparable del sufrimiento físico y
sin embargo constituye en sí misma una cosa totalmente distinta. Ocurre con el
sufrimiento que todo lo que no está envuelto en un dolor físico o algo análogo,
resulta artificial, imaginario y puede ser eliminado mediante un ajuste
adecuado de la mente. Aun en el caso de la ausencia o muerte de alguien a quien
amamos, la porción irreductible de la pena está emparentada con el dolor
físico, una dificultad en respirar, una constricción del corazón, una necesidad
insatisfecha, un hambre, o el
desorden casi biológico causado por la brutal
liberación de una energía hasta entonces orientada por un afecto y que ahora se
encuentra abandonada y sin guía. Una pena que no está centrada alrededor de un
núcleo irreductible de este tipo es sólo romanticismo o literatura. La
humillación es también una condición violenta para todo el ser corporal que
añora sublevarse ante el ultraje pero que se ve forzada, por razón de
impotencia o miedo, a contenerse.
Por otra parte un dolor que es sólo físico es asunto
de muy poca importancia y no deja rastros en el alma. Un dolor de muelas es un
ejemplo. Una hora o dos de dolor extremo causado por un diente cariado se
convierte en nada una vez que pasó.
Otra cosa es si el dolor físico resulta muy
prolongado o si recurre frecuentemente, pero en tal caso estamos tratando con
algo muy diferente a un ataque de dolor; frecuentemente es una desgracia.
La desgracia es un desarraigo de la vida, un
equivalente más o menos atenuado de la muerte; se hace irresistiblemente
presente al alma por su punción o por la inmediata aprehensión del dolor
físico. Si el dolor físico está completamente ausente no hay desgracia para el
alma porque nuestros pensamientos pueden volcarse hacia cualquier objeto. La
mente huye de la desgracia tan pronta e irresistiblemente como el animal huye
de la muerte. Aquí abajo el dolor físico, y ninguna otra cosa, tiene el poder
de encadenar nuestros pensamientos; siempre que computemos además a algunos
fenómenos como variantes del dolor físico que, si bien son difíciles de
describir, también son corporales y exactamente análogos a él. Notable ejemplo
de esto es el temor del dolor físico.
Cuando el pensamiento se ve obligado a reconocer la
desgracia por razón de un ataque de dolor físico -no importa cuán leve sea
éste- se genera un estado de la mente tan agudo como el de un condenado que es
forzado a contemplar durante horas la guillotina que ha de cortarle la cabeza.
Hay seres humanos que pueden vivir, veinte, cincuenta años, en un estado
semejante. Pasamos bastante cerca de ellos sin darnos cuenta. ¿Qué hombre es
capaz de discernir tales almas a menos que el propio Cristo mire a través de
sus ojos? Lo único que notamos es que
se comportan de una manera extraña y censuramos ese comportamiento.
No hay una verdadera desgracia a menos que el
acontecimiento que se ha apoderado y desarraigado una vida la ataca, directa o
indirectamente, en todas sus partes, social, psicológica y física. El factor
social es esencial. Allí donde no ocurre una desgracia social o el temor de
ella en una u otra forma, no puede decirse, estrictamente hablando, que estemos
ante la desgracia.
Así como ocurre con el agua que a determinada
temperatura llega al punto de ebullición, existe a la vez una continuidad y un
preciso umbral entre la desgracia propiamente dicha y todas las tribulaciones,
aún cuando sean muy violentas, muy profundas y muy duraderas. Hay un límite;
más allá de esa frontera tendremos a la desgracia, pero no más acá. Este límite
no es puramente objetivo, deben ser tomados en cuenta toda clase de factores
personales. Un mismo acontecimiento puede precipitar a un ser humano en la
desgracia y exceptuar a otro.
El gran enigma de la vida humana no es el
sufrimiento sino la desgracia. No resulta sorprendente que los inocentes sean
asesinados, torturados, exiliados de sus paises, reducidos a la miseria o a la
esclavitud, encerrados en campos de concentración o en calabozos, puesto que
hay criminales capaces de hacer esas cosas. Tampoco llama la atención el hecho
de que haya enfermedades que causan largos sufrimientos, que paralizan la vida
y la transforman en una imagen de la muerte, puesto que la naturaleza está
sometida a la combinación ciega de fuerzas mecánicas. Pero lo que sí es
asombroso es que Dios pudo haberle dado a la desgracia este poder de apoderarse
de las mismísimas almas de los inocentes para poseerlas como su soberano señor.
En el mejor de los casos aquel que se encuentra estigmatizado por la desgracia
sólo conservará la mitad de su alma.
AUSENCIA DE DIOS
En cuanto a aquellos que han víctimas de uno de esos
golpes que hacen que un ser se revuelque en el suelo como un gusano medio aplastado, no encuentran palabras para
expresar lo que les está ocurriendo. Aquellos con los que tratan, aquellos que
nunca tuvieron contacto con la desgracia en su sentido verdadero, no pueden tener
la menor idea de lo que es, aun cuando pueden haber sufrido mucho. La desgracia
es algo específico e indecible como los sonidos que nada pueden significar para
un sordomudo. Y en cuanto a los que han sido mutilados por la desgracia, no
están en condiciones de ayudar a nadie, e incluso se encuentran prácticamente
incapacitados de siquiera desear hacerlo. De aquí que la compasión con los
desgraciados resulta un imposible. Allí donde verdaderamente se encuentra un
caso nos hallamos frente a un milagro más portentoso que el caminar sobre las
aguas, la curación de un enfermo, o aun, la resurrección de un muerto.
La desgracia forzó a Cristo a suplicar que fuera
exceptuado; a buscar consuelo de los hombres; a creer que había sido abandonado
por el Padre. Obligó a un justo a gritar contra Dios, un justo tan perfecto
como puede serlo quien tiene naturaleza humana, y aun más todavía si se tiene
en cuenta que quizá Job es menos un personaje histórico que una prefiguración
de Cristo. «¡El se ríe de la desgracia del inocente!». Esta no es una blasfemia
sino un grito genuino de angustia. Del principio al final, el libro de Job es
una maravilla de verdad y autenticidad. En lo que a la desgracia se refiere,
todo lo que se aleja de este modelo está más o menos manchado con falsedad.
Durante algún tiempo la desgracia hace que Dios
parezca ausente, más ausente que un hombre muerto, más ausente que la luz en la
perfecta tiniebla de un calabozo. Toda el alma se ve sumergida en una especie
de horror. Durante el tiempo de esta ausencia no hay nada que amar. Lo terrible
puede ocurrir si en esta tiniebla donde no hay nada que amar el alma
efectivamente deja de amar y la ausencia de Dios se convierte en definitiva. El
alma debe continuar amando en este vacío, o por lo menos continuar deseando
amar, aunque más no sea con una parte infinitesimal de su ser. Entonces un día
Dios vendrá a mostrarse a esta alma y le revelará la belleza del mundo, como
ocurrió en el caso de Job. Pero si el alma deja de amar cae, aun en esta vida,
en algo casi equivalente al infierno.
Esta es la razón por la que aquellos que hunden a
otros hombres en la desgracia antes de que estén preparados para recibirla,
matan sus almas. Por otra parte, en una época como la nuestra en la que la
desgracia pende sobre todos nosotros, el auxilio brindado a las almas resulta
efectiva sólo en la medida en que cale lo suficientemente hondo como para
prepararlos para la desgracia. No es poca cosa.
COMPLICIDAD DEL DESGRACIADO
La desgracia nos endurece y desespera porque actúa
como un hierro al rojo que imprime hasta el fondo de nuestras almas el
desprecio, el asco e incluso la repulsión de uno mismo -la sensación de culpa y
profanación que el crimen debiera producir y que sin embargo no produce. El mal
habita en el corazón del criminal sin que lo sienta. En cambio es sentido en el
corazón del hombre que es desgraciado e inocente. Todo ocurre como si el estado
del alma adecuado para los criminales ha sido separado del crimen y unido a la
desgracia; y aun más, pareciera estar en proporción a la inocencia de aquellos
que han sido desgraciados.
Si Job protesta que es inocente con acentos tan
desesperados, es porque él mismo comienza a descreer de su inocencia, es porque
íntimamente su alma comienza a tomar el partido de sus amigos. Le suplica a
Dios mismo que dé testimonio en su favor porque ya no oye el testimonio de su
propia conciencia; para él ya no es más que una memoria abstracta y muerta.
Los hombres comparten con los animales la misma
naturaleza carnal. Si una gallina resulta herida, las demás se precipitan sobre
ella atacándola a picotazos. Es un fenómeno tan automático como el de la
gravedad. Nuestra sensibilidad asocia con la desgracia todo el desprecio, toda
la revulsión, todo el odio que nuestra razón une al crimen. Con excepción de
aquellos cuya alma está enteramente inhabitada por Cristo, todos desprecian al
desgraciado en alguna medida, bien que prácticamente nadie se da cuenta de eso.
Esta ley de la sensibilidad también vale para
nosotros mismos. En el caso de alguien caído en desgracia, todo el desprecio,
toda la revulsión y todo el odio recae sobre sí mismo, penetrando el centro del
alma desde donde colorea el universo entero con su luz envenenada. El amor
sobrenatural, si sobrevive, puede
impedir la materialización de este segundo efecto. El primero constituye la
esencia misma de la desgracia; sin esto no hay desgracia.
«Fué hecho maldición por nosotros». No era sólo el
cuerpo de Cristo, colgando de un madero, el que estaba maldito, sino también
toda su alma. Del mismo modo, todo inocente caído en desgracia se siente
maldito. Esto sigue siendo cierto aun para aquellos que han caído en desgracia
y han salido de ella por razón de un cambio de fortuna; es decir, siempre que
la desgracia haya calado lo suficientemente hondo en ellos.
Otro efecto de la desgracia es que, poco a poco, va
haciendo cómplice al alma, inyectándole un veneno de inercia. En cualquiera que
haya sufrido la desgracia durante un largo tiempo existe una complicidad
respecto a su propia desgracia. Esta complicidad traba todos los esfuerzos que
podría hacer para mejorar su suerte; va tan lejos que llega incluso a impedir
cualquier esfuerzo que podría hacer para buscar su liberación, a veces hasta el
punto de impedir el deseo de su liberación. En ese caso uno se instala en la
desgracia y la gente puede creer que con eso está satisfecho. Más aun, esta
complicidad puede incluso inducirlo a evitar los medios de su liberación. En
casos como éstos la desgracia se oculta bajo pretextos muchas veces ridículos.
Incluso una persona que ha salido de este estado aun conservará algo dentro
suyo que lo impele a sumergirse en la desgracia nuevamente, si ella ha mordido
hondamente y para siempre en la sustancia de su alma. Es como si la desgracia
se hubiere instalado en él como un parásito y estuviese dirigiéndolo conforme a
sus propósitos. A veces este impulso se impone sobre todos las mociones del
alma hacia la felicidad. Si la desgracia ha cesado como consecuencia de alguna
beneficencia, puede tomar la forma de odio por su benefactor; tal es la causa
de algunos aparentemente inexplicables actos de salvaje ingratitud. A veces
resulta fácil librar a un hombre infeliz de sus tribulaciones actuales, pero
resulta muy difícil librarlo de su pasada desgracia. Sólo Dios lo puede hacer.
Y aun la misma gracia de Dios no puede curar aquí abajo a la naturaleza
irremediablemente herida. El cuerpo de Cristo glorificado lleva las marcas de
los clavos y de la lanza.
LA DESGRACIA COMO DISTANCIA
El único modo de aceptar la existencia de la
desgracia es considerándola como una distancia.
Dios creó por amor y para el amor. Dios no creó nada
que no fuera amor y los medios para amar. Creó el amor en todas sus formas.
Creó seres capaces de amor desde todas las distancias posibles. Porque ningún
otro podía hacerlo, El mismo se puso a la máxima distancia posible, la
distancia infinita. La distancia infinita entre Dios y Dios, este supremo
desgarramiento, esta agonía más allá de cualquier otra, esta maravilla de amor,
es la crucifixión. Nada puede estar más lejos de Dios que aquello que ha sido
hecho maldición.
Este desgarramiento, sobre el cual el amor supremo
establece el lazo de la suprema unión, resuena perpetuamente a través del
universo en medio del silencio, como dos notas, separadas y sin embargo
fundidas en una sola, como una armonía pura que desgarra el corazón. Esta es la
Palabra de Dios. La creación entera no es más que vibración. Cuando la música
de los hombres en su máxima pureza nos atraviesa el alma, esto es lo que oímos
a través de ella. Cuando hemos aprendido a escuchar el silencio esto es lo que
percibimos más claramente en él.
Los que perseveran en el amor perciben esta nota
desde las fosas más profundas a que han sido arrojados por la desgracia. Desde
ese preciso instante ya no pueden dudar.
Los hombres caídos en desgracia están al pie de la
Cruz, casi a la máxima distancia posible de Dios. No debe creerse que el pecado
sea una distancia mayor. El pecado no es una distancia, es un giro de nuestra
mirada en la dirección equivocada.
EL MECANISMO CIEGO
En cierto que existe una misteriosa conexión entre
esta distancia y una desobediencia original. Desde el principio, se nos dice,
la humanidad apartó su mirada de Dios y caminó en la dirección equivocada tanto
cuanto pudo andar. Esto, porque entonces podía andar. En cuanto a nosotros,
estamos clavados en nuestro lugar, gobernados por la necesidad, sólo libres
para elegir hacia donde miramos. Un mecanismo ciego, que prescinde de los grados de perfección
espiritual, sacude continuamente a los hombres de un modo errático y arroja a
algunos a los pies mismos de la Cruz. En medio de estas sacudidas los hombres
conservan la libertad de mantener o no los ojos puestos en Dios. Esto no quiere
decir que falte la Providencia de Dios. Precisamente en su Providencia Dios ha
querido que la necesidad fuera como un mecanismo ciego.
Si el mecanismo no fuera ciego no habría desgracia.
Antes que nada la desgracia es anónima, priva a sus víctimas de su personalidad
y los convierte en cosas. Es indiferente, y el hielo de esta indiferencia es un
frío metálico que hiela todo lo que toca hasta las profundidades de las almas.
Nunca volverán a encontrar calor. Nunca volverán a creer que son personas.
La desgracia no tendría esta virtud sin el componente
de azar que contiene. Los que son perseguidos por su fe y lo saben, sea lo que
fuere lo que tengan que sufrir, no son desgraciados. Solamente caen en la
desgracia si las tribulaciones y el miedo de tal modo llena sus almas que
llegan a olvidar la causa de sus persecución. Los mártires que ingresaban a la
arena cantando mientras iban a confrontarse con los leones, no eran
desgraciados. Cristo era un desgraciado. No murió como un mártir. Murió como un
criminal común, confundido con ladrones, sólo un poco más ridículo. Porque la
desgracia es ridícula.
Sólo la necesidad ciega puede arrojar a los hombres
al punto de la máxima distancia, junto a la Cruz. Los crímenes de los hombres,
que es la causa de la mayor parte de las desgracias, son parte de una necesidad
ciega, porque los criminales no saben lo que hacen.
Existen dos formas de amistad: el encuentro y la
separación. Son indisolubles. Los dos encierran algún bien, y este bien de la
amistad es único, porque cuando dos seres que no son amigos están juntos no hay
encuentro, y cuando los amigos se encuentran lejos el uno del otro no hay
separación. Como ambas formas contienen este mismo bien, ambas modalidades de
la amistad son igualmente buenas.
Dios se genera a sí mismo y se conoce a sí mismo
perfectamente, justo como nosotros de manera miserable producimos y conocemos
objetos fuera de nosotros. Pero, antes
que nada, Dios es amor. Este amor, esta amistad de Dios, es la Trinidad. Entre
los términos unidos por esta relación de amor divino existe algo más que
proximidad; hay la proximidad infinita o la identidad. Pero por razón de la
Creación, la Encarnación y la Pasión, existe también una distancia infinita. La
totalidad del espacio y la totalidad del tiempo, interponiendo su inmensidad,
ponen una distancia infinita entre Dios y Dios.
Los amantes o los amigos desean dos cosas. Una es
amarse recíprocamente tanto que puedan entrar el uno en el otro y de dos
hacerse uno solo. La otra es amarse recíprocamente tanto que su unión no se vea
disminuída en lo más mínimo por más que los separe medio globo terrestre. Todo
lo que el hombre aquí abajo desea inútilmente se ve perfectamente realizado en
Dios. Tenemos dentro nuestro esos deseos imposibles como santo y seña de
nuestro destino, y son una buena cosa cuando ya no esperamos realizarlos.
El amor entre Dios y Dios, que en sí mismo es
Dios, es ese doble vínculo que une a dos seres tan íntimamente al punto que ya
no se los puede distinguir formando realmente una sola unidad. Ese es el
vínculo que se extiende sobre la distancia y que triunfa sobre la separación
infinita. La unidad de Dios, en la que desaparece toda pluralidad y el abandono
en el que cree encontrarse Cristo a la vez que nunca deja de amar a su Padre
perfectamente, estas son dos formas de expresar la virtud divina del mismo
Amor, el Amor que es Dios mismo.
De tal modo es Dios esencialmente amor, que la
unidad, que en cierto sentido constituye su definición actual, es el puro
efecto de su amor. Mas aun, la infinita virtud de unificación que pertenece a
este amor se corresponde con la infinita separación sobre la cual triunfa, esto
es, la creación entera desplegada a través de la totalidad del espacio y el
tiempo, hecha de materia mecánicamente bruta e interpuesta entre Cristo y su
Padre.
En cuanto a nosotros los hombres, nuestra miseria
nos concede el privilegio infinitamente precioso de compartir esta distancia
puesta entre el Hijo y su Padre. Esta distancia, sin embargo, es sólo
separación para aquellos que aman. Para los que aman, la separación, aunque
dolorosa, es un bien, porque es amor. Aun la angustia del Cristo abandonado es
un bien No puede haber bien mayor para
nosotros sobre la tierra que participar en ella. Dios no puede nunca hacerse
perfectamente presente a nosotros aquí abajo por razón de nuestra carne. En
cambio sí puede hacerse casi perfectamente ausente de nosotros en la extrema
desgracia. Esta es nuestra única posibilidad de perfección en la tierra. Es por
esto que la Cruz es nuestra única esperanza. «Ningún bosque ostenta árbol semejante,
con tal floración, tal follaje y tal fruto».
Este universo en el que vivimos y del que formamos
parte como minúsculas partículas, es una distancia puesta por el Amor entre
Dios y Dios. Somos un punto en esta distancia. El espacio, el tiempo y el mecanismo
que gobierna la materia es sólo una distancia. Todo lo que llamamos maldad es
sólo un mecanismo. Dios ha ordenado las cosas de tal modo que cuando su gracia
llega a penetrar el centro de un hombre desde donde ilumina todo su ser, ese
hombre, sin violar ninguna ley de la naturaleza, es capaz de caminar sobre las
aguas. En cambio, cuando un hombre aleja su mirada de Dios, cae bajo la ley de
la gravedad. Es entonces que cree que puede decidir y elegir por él mismo, pero
es sólo una cosa, una piedra que cae. Si examinamos minuciosa y atentamente a
las almas y la sociedad humana vemos que allí donde está ausente la virtud de
la luz sobrenatural, todo obedece a leyes tan ciegas, mecánicas y exactas como
la ley de la gravedad. Saber esto es conveniente y necesario. Aquellos a los
cuales llamamos criminales son sólo tejas arrancadas de un techo por el viento
y que caen al voleo. Su única falta está en la elección inicial que los
convirtió en tales tejas.
LA OBEDIENCIA
El mecanismo de la necesidad se traduce en todos los
niveles sin dejar de ser fiel a sí mismo. Sucede lo mismo en el mundo de la
pura materia, en el mundo animal, entre las naciones y en las almas.
Considerados desde el punto de vista de nuestra actual condición y con
perspectiva humana, es un mecanismo perfectamente ciego. Ahora, si
transportamos nuestro corazón más allá de nosotros mismos, más allá del
universo, más allá del espacio y del tiempo, a las regiones donde habita
nuestro Padre, se nos aparece de muy otro modo. Lo que parecía necesidad se
convierte en obediencia. La materia es enteramente
pasiva y en consecuencia es enteramente obediente a la voluntad de Dios.
Constituye para nosotros un modelo perfecto. No puede haber otro ser que Dios y
lo que obedece a Dios. Por razón de su perfecta obediencia, la materia merece
ser amada por aquellos que aman a su Señor del mismo modo que un esposo ama una
aguja que había sido usada por la esposa que ha perdido. La belleza del mundo
insinúa el reclamo que hace por tener un lugar en nuestro corazón. En medio de
la belleza del mundo la ruda necesidad de las cosas se convierte en objeto de
amor. Nada más hermoso que la ley de la gravedad por cuya virtud se forman los
pliegues fugitivos de las olas del mar que caen en un ritornelo de ondulaciones
siempre repetidas, o los casi eternos pliegues de las montañas.
El mar no es menos hermoso a nuestros ojos por saber
que algunas veces allí zozobran navíos. Al contrario, esto aumenta su belleza.
Si alterara el movimiento de sus olas para salvar a un barco sería una criatura
dotada con discernimiento y elección y no ese fluido perfectamente obediente a
cada moción externa. La belleza del mar está en su perfecta obediencia.
Todos los horrores que vienen a suceder en el mundo
son como pliegues impuestos sobre las olas por la gravedad. Es por eso que
contienen un componente de belleza. A veces un poema como La Ilíada trae
esta belleza a la luz.
Jamás pueden los hombres escaparse de la obediencia
a Dios. Una criatura no puede sino obedecer. La única elección que les es dada
a los hombres, en tanto criaturas inteligentes y libres, está en desear o no la
obediencia. Si un hombre no la desea, de todo modos obedecerá, perpetuamente,
en tanto que es una cosa sujeta a la necesidad mecánica. Si la desea, aun así
todavía está sujeto a la necesidad mecánica, pero se le agrega una nueva
necesidad, una necesidad constituída por leyes que pertenecen al orden
sobrenatural. Algunas acciones se tornan imposibles para él, otras se cumplen
con su concurso, incluso a veces casi a pesar suyo.
Cuando en alguna ocasión tenemos la sensación de que
hemos desobedecido a Dios, significa simplemente que hemos por un tiempo dejado
de desear la obediencia. Bien entendido que, cuando las demás circunstancias
son iguales, hay diferencia entre el que realiza las mismas acciones cuando
consiente a la obediencia que el que no;
al igual que una planta que, cuando el resto de las circunstancias son iguales,
no crece del mismo modo si está en la luz que si está en la oscuridad. La
planta no tiene control o elección alguna en lo que concierne a su crecimiento.
En cuanto a nosotros, somos como plantas que disponemos de la facultad de
elegir entre estar o no en la luz.
Cristo nos propuso un modelo de la docilidad de la
materia cuando nos mandó contemplar los lirios del campo que no trabajan ni
hilan. Esto significa que no propusieron vestirse de este o este otro color, no
han ejercido su voluntad ni hecho arreglos para cumplir con su fin, han
recibido todo lo que la necesidad natural les otorgó. Si parecen infinitamente
más hermosos que los más espléndidos telares no es porque son más ricos, sino
que es resultado de su docilidad. La tela es dócil también, pero dócil al
hombre, no a Dios. La materia no es hermosa cuando obedece al hombre, sino
cuando obedece a Dios. Si a veces la materia esplende en una obra de arte y
parece casi tan hermosa como en el mar, las montañas o las flores, es porque la
luz de Dios ha llenado al artista. Para encontrar cosas bellas que han sido
manufacturadas por hombres no inspirados por Dios, sería necesario que antes
entendiéramos con toda nuestra alma que estos hombres son sólo materia que
obedece, aun sin saberlo. Cualquiera que haya llegado hasta aquí encuentra que
todo aquí abajo es perfectamente bello. En todo lo que existe, en todo lo que
acontece, discierne el mecanismo de la necesidad y saborea en este mismo
mecanismo la infinita dulzura de la obediencia. Para nosotros, esta obediencia
de las cosas en su relación con Dios es equivalente a la transparencia del
vidrio de una ventana en relación a la luz. En cuanto sentimos esta obediencia
con todo nuestro ser, vemos a Dios.
EL APRENDIZAJE
Cuando sostenemos un diario al revés vemos las
extrañas formas de los caracteres invertidos. Cuando sostenemos el diario al
derecho dejamos de ver los caracteres, vemos las palabras. El pasajero de un
barco atrapado en una tormenta siente cada sacudida como una conmoción interna.
El capitán sólo percibe como el viento, la corriente y la marejada se combinan con la disposición del barco, su
forma, su velamen, su timón.
Así como se aprende a leer, así como se aprende un
oficio, también debe aprenderse a percibir en todas las cosas, primero y
fundamentalmente, la obediencia del universo a Dios. Se trata de un verdadero
aprendizaje. Como cualquier aprendizaje, requiere tiempo y esfuerzo. El que
completa este aprendizaje cae en la cuenta de que las diferencias entre las
cosas o los acontecimientos no tienen mayor importancia y que lo que percibe es
como aquel que sabe leer y tiene un párrafo reproducido varias veces en tinta
roja y azul, impresa en esta o esta otra tipografía. El que no sabe leer no ve
más que las diferencias. Para el que sabe leer se trata de la misma cosa dado
que los párrafos son idénticos. Quien ha completado su aprendizaje reconoce las
cosas y los sucedidos, en todas partes y siempre, como vibraciones de la misma
infinitamente dulce y divina palabra. No quiere decir que no sufrirá. El dolor
es el color de ciertos acontecimientos. Cuando un hombre que sabe leer y otro
que no lo sabe contemplan un párrafo escrito en tinta roja, ambos ven el mismo
color rojo, pero este color no es tan importante para uno como sí lo es para el
otro.
Cuando un aprendiz se lastima o se queja del
cansancio, los labradores y los paisanos tienen una expresión muy hermosa: «Es
el oficio que está entrando en su cuerpo». Cada vez que enfrentamos un dolor
por el que hay que pasar, podemos decir con entera verdad que es el universo,
el orden y la belleza del mundo, y la obediencia de la creación a Dios que está
entrando en nuestro cuerpo. Después de eso, ¿cómo dejaremos de bendecir con la
más tierna gratitud al Amor que nos envía semejante regalo?
La alegría y el sufrimiento son dones igualmente
preciosos que deben ser saboreados plenamente, cada uno es su pureza, y sin
ánimo de mezclarlos. A través de la alegría, la belleza del mundo penetra el
alma. A través del sufrimiento, penetra el cuerpo. Así como no podríamos
convertirnos en capitanes de alta mar con sólo estudiar libros de navegación,
así tampoco podríamos hacernos amigos de Dios sólo a través de la alegría. El
cuerpo juega un rol en todo aprendizaje. En el plano de la sensibilidad física
sólo el sufrimiento nos suministra un contacto con esa necesidad que constituye
el orden del mundo ya que el placer no encierra esta impresión de necesidad.
Unicamente una forma más elevada de sensibilidad es capaz de reconocer una necesidad en la alegría, y
eso sólo de manera indirecta a través de un sentido de la belleza. Para que
nuestro ser se haga un día enteramente sensible y en todas sus partes a esta
obediencia que es la sustancia de la materia, para que se forme en nosotros ese
nuevo sentido que nos permite oír al universo como una vibración de la palabra
de Dios, la virtud transformadora del dolor y la alegría son igualmente
indispensables. Cuando cualquiera de ellos aparecen delante nuestro hay que
abrirles el centro del alma indiscriminadamente a uno y otro al igual que una
mujer abre la puerta a los mensajeros del amado. ¿Qué le importa a la amada si
el mensajero es cortés o brutal, con tal de que le entregue el mensaje?
Pero la desgracia no es sufrimiento. La desgracia es
algo radicalmente diferente a una enseñanza de Dios.
La infinitud del espacio y el tiempo nos separan de
Dios. ¿Cómo hemos de buscarlo? ¿Cómo caminaremos hacia El? Aun si camináramos
durante centenares de años no haríamos más que dar vueltas en redondo alrededor
del mundo. Aun en un avión no podríamos hacer otra cosa. Somos incapaces de
progresar verticalmente. No podemos hacer un solo paso hacia los cielos. Dios
cruza el universo y viene a nosotros.
Pasando por sobre la infinitud del espacio y del
tiempo, el amor de Dios, el infinito sobre todo infinito, viene a poseernos.
Tenemos el poder de consentir en recibirlo o negarnos a ello. Si permanecemos
sordos, vuelve una y otra vez como un mendigo, pero también, como un mendigo,
un día deja de venir. Si consentimos, Dios arroja una pequeña semilla y luego
se va. A partir de ese instante ya no tiene otra cosa que hacer -y nosotros
tampoco- más que esperar. Sólo se trata de no arrepentirnos del consentimiento
que le hemos dado, el sí nupcial. No es tan fácil como parece, puesto que el
crecimiento de la semilla dentro nuestro es un proceso doloroso. Además, por
razón de la aceptación de este crecimiento, no podemos evitar la destrucción de
lo que pueda impedirlo, arrancando la cizaña, cortando los yuyos, y
desgraciadamente esas malas hierbas forman parte de nuestra misma carne, de
modo que esos trabajos de jardinero constituyen una operación violenta. Con
todo, la semilla, a pesar de todo, crece sola. Llega el día en que el alma
pertenece a Dios, cuando no sólo consiente al amor de Dios sino que además ama
a Dios verdadera y efectivamente.
Entonces debe cruzar a su vez el universo para ir a Dios. El alma no ama como
una criatura con amor creado. El amor dentro suyo es divino, increado; pues es
el amor de Dios por Dios mismo que pasa a través de ella. Sólo Dios es capaz de
amar a Dios. Nosotros sólo podemos consentir en renunciar a nuestros propios
sentimientos para dejar pasar este amor por nuestras almas. Este es el
significado de negarse a sí mismo. Hemos sido creados para este consentimiento,
para esto solamente.
El Amor divino ha atravesado la infinitud del
espacio y del tiempo para ir de Dios a nosotros. Pero ¿cómo puede repetir el
viaje en la dirección opuesta si arranca desde la finitud de la criatura?
Cuando la semilla del amor divino sembrada en nosotros ha crecido y se ha
transformado en un árbol, ¿cómo podríamos nosotros, los que la portamos dentro
nuestro, llevarla de nuevo a su origen? ¿Cómo podríamos hacer el viaje en
sentido inverso al que hizo Dios cuando vino a nosotros? ¿Cómo podemos cruzar
la distancia infinita?
LA CRUCIFIXION
Parece imposible, pero hay un camino -un camino que
nos es familiar. Sabemos muy bien a semejanza de qué esta hecho este árbol que
ha crecido dentro nuestro, este árbol tan hermoso, donde se posan las aves del
cielo. Sabemos cuál es el más bello de todos los árboles. «Ninguna selva tiene
uno semejante». Algo un poco más terrible que un patíbulo -he allí el más
hermoso de los árboles. La semilla de este árbol fue puesta dentro nuestro sin
que supiésemos de qué era la semilla. Si lo hubiésemos sabido no habríamos
consentido desde el primer momento. Este árbol que ha crecido dentro nuestro se
ha vuelto indesarraigable. Sólo una traición lo podría desarraigar.
Cuando golpeamos un clavo con un martillo, el golpe
recibido por la cabeza del clavo pasa íntegramente a su punta inferior sin que
nada se pierda, aunque aquel extremo no sea más que una pequeña punta. Aun
cuando el martillo y la cabeza del clavo fueran infinitamente grandes, sería
igual. La punta del clavo recibiría la fuerza del golpe y transmitiría esa
misma fuerza infinita al chocar contra
el punto donde se aplicó el clavo.
La extrema desgracia, que significa dolor físico,
tribulación del alma y degradación social, todo al mismo tiempo constituyen el
clavo. La punta está aplicada en el centro mismo del alma. La cabeza del clavo
está constituida por la necesidad entera, esparcida en la totalidad del tiempo
y del espacio.
La desgracia es una maravilla de la técnica divina.
Es un dispositivo sencillo e ingenioso que hace penetrar en el alma de una
criatura finita esta inmensidad de fuerza ciega, brutal y fría. La distancia
infinita que separa a Dios de la criatura se concentra enteramente en un punto
para penetrar en el centro del alma.
El paciente a quien esto le sucede no participa de
la operación. Se debate como una mariposa viva pinchada en un álbum. Pero en
medio del horror puede continuar queriendo amar. No hay nada imposible en eso,
ningún obstáculo, casi se podría decir, ninguna dificultad. Porque el mayor de
los sufrimientos, en la medida en que no cause un desmayo, no afecta la parte
del alma que consiente en la dirección correcta.
Sólo resulta necesario saber que el amor es una
dirección y no un estado del alma. Si uno no se da cuenta de esto, desespera en
cuanto cae en desgracia.
Aquel cuya alma permanece en todo tiempo dirigida
hacia Dios mientras el clavo lo penetra, se encuentra clavado en el centro
mismo del universo. Está en el centro real, no en el medio, está más allá del
espacio y el tiempo, está en Dios. En una dimensión que no pertenece al
espacio, que no es el tiempo, que constituye en sí misma otra dimensión, este
clavo ha abierto un agujero que atraviesa toda la creación, penetrando la
pantalla cuyo espesor nos separa de Dios.
En esta dimensión maravillosa, el alma, sin dejar el
lugar y el instante en que se encuentra el cuerpo al que está ligada, puede
cruzar la totalidad del espacio y del tiempo y comparecer ante la mismísima
presencia de Dios.
Se encuentra en la intersección de la creación y su Creador.
Este punto de intersección es el que se halla en la intersección de las ramas
de la Cruz.
Tal vez San Pablo pensaba en cosas como éstas cuando
dijo: «A fin de que seáis arraigados y cimentados en el amor, seáis hechos
capaces de comprender con todos los santos qué cosa sea la anchura y largura y
alteza y profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo
conocimiento». (Ef. III, 18).