lunes, 3 de febrero de 2025

Como la idea de un símbolo divino se volvió un símbolo virtual tecno feudalista

 Como la idea de un símbolo divino  se volvió  un símbolo virtual  tecno feudalista

Lo más importante de la transferencia ontológica es su poder subversivo para alterar al tecnofeudalismo ciborg

El tecnofeudalismo es un concepto que se basa en una analogía con el sistema feudal histórico, pero adaptado al contexto de la era digital y la economía globalizada. En el feudalismo tradicional, la estructura social estaba claramente jerarquizada, con señores feudales que poseían la tierra y los siervos o campesinos que trabajaban en ella, a cambio de protección y una parte de la producción. Este sistema creaba una dependencia directa de los siervos hacia los señores, quienes ejercían un control significativo sobre la vida económica, política y social de la época.

De señores feudales a señores digitales

En la era digital, el tecnofeudalismo sugiere una estructura similar, donde las grandes corporaciones tecnológicas, las Big Tech, asumen el papel de los señores feudales. Estas compañías controlan los territorios digitales esenciales, como los datos y las plataformas en línea, que son fundamentales para la economía y la sociedad contemporáneas. Los usuarios de estas tecnologías, por su parte, se asemejan a los siervos del feudalismo, dependiendo de estas plataformas para una variedad de actividades diarias, desde la comunicación y el consumo hasta el trabajo y el entretenimiento.

En este sistema, las Big Tech ostentan poder no solo a través de la acumulación de capital, sino también mediante el control de la información y los recursos digitales, lo que les permite influir en gran medida en la economía y en la toma de decisiones políticas. Al igual que los señores feudales tenían poder sobre la vida de los siervos, las Big Tech tienen la capacidad de influir significativamente en la vida de los usuarios, dictando no solo las condiciones de uso de sus servicios, sino también recopilando y utilizando datos personales, a menudo de forma opaca y sin el pleno consentimiento de los individuos.

El tecnofeudalismo también refleja una disminución de la movilidad social y económica, similar a la observada en el feudalismo clásico. En el mundo digital, la concentración de poder y capital en unas pocas entidades limita la competencia y la innovación, creando barreras para el ingreso de nuevos actores y restringiendo las oportunidades para las pequeñas empresas y los emprendedores. La reciente demanda de EEUU contra Apple por actuar en presunto régimen de monopolio y la histórica sanción de la Unión Europea contra dicha compañía «busar de su posición dominante en el mercado de distribución de aplicaciones de streaming de música», así lo corroboran.

 

 

Los teóricos críticos del tecnofeudalismo

Uno de los autores más destacados que ha contribuido al desarrollo de este concepto es Cédric Durand, economista y profesor en la Universidad de París XIII. Durand argumenta en su obra Techno-Feudalism que estamos presenciando una transición de un capitalismo neoliberal a una forma de feudalismo tecnológico, donde el poder económico se centraliza en unas pocas corporaciones tecnológicas. Durand sostiene que estas empresas han logrado una posición dominante no solo en términos económicos sino también en términos de control sobre la información y la tecnología, lo que les otorga una capacidad sin precedentes para influir en la sociedad.

El economista y político griego Yannis Varoufakis también ha abordado el tecnofeudalismo, enfatizando quelas tecnologías digitales están facilitando una nueva forma de capitalismo que se distancia del neoliberalismo. Varoufakis argumenta que la digitalización de la economía ha permitido a las Big Tech acumular poder no solo mediante la acumulación de capital sino también controlando los flujos de información y datos. Él ve esta tendencia como una amenaza para la democracia y la soberanía de los estados, ya que estos gigantes tecnológicos operan a menudo más allá del alcance de las regulaciones nacionales.

El Ascenso de las Big Tech en la Economía Global

En las últimas dos décadas, las Big Tech han experimentado un crecimiento exponencial, no solo en términos de valor de mercado, sino también en su influencia en la economía global, la política y la sociedad. Empresas como Amazon, Google, Facebook (Meta), Apple y Microsoft han transformado no solo el sector tecnológico sino también varios aspectos de nuestra vida diaria y la economía en general. Por ejemplo, la capitalización de mercado de Apple superó los 2 billones de dólares en 2020, destacando el enorme crecimiento económico de estas corporaciones. Amazon controla una porción significativa del comercio electrónico, mientras que Google y Facebook dominan la publicidad en línea. Su dominio se extiende más allá de sus respectivos mercados, impactando en la innovación, el empleo y la acumulación de capital.

La concentración de poder en estas corporaciones plantea interrogantes sobre la estructura de nuestro sistema económico y las dinámicas de poder en la era digital. Su dominio en el mercado puede sofocar la innovación por parte de empresas más pequeñas y limitar la diversidad en el ecosistema tecnológico. Este dominio no solo afecta a la economía, sino que también tiene implicaciones para la democracia, ya que estas empresas tienen la capacidad de influir en la opinión pública y en la política a través de sus plataformas y productos. 

Algunas propuestas económicas

En el marco del tecnofeudalismo, donde las Big Tech asumen un papel central en la economía, generando enormes cantidades de riqueza, pero también consolidando su poder, surge la necesidad de una propuesta económica que busque una distribución más equitativa de los beneficios que estas corporaciones obtienen. La idea es desarrollar un sistema tributario que no solo refleje la estructura única del poder económico en la era digital, sino que también fomente una mayor equidad social.

Una medida central podría ser la introducción de un impuesto sobre los beneficios extraordinarios, específicamente diseñado para las corporaciones tecnológicas que superan ciertos umbrales de ingresos y rentabilidad. Este impuesto se enfocaría en capturar una parte de los beneficios que estas empresas obtienen gracias a su posición dominante en el mercado, reflejando la idea de que con gran poder y beneficios viene una mayor responsabilidad fiscal.

Otra propuesta es el impuesto sobre la renta digital, que se aplicaría a los ingresos generados por la venta de datos, la publicidad en línea y otros servicios digitales. Este impuesto reconocería la naturaleza única de la economía digital, en la que los datos y los servicios digitales no siempre se valoran ni se gravan de manera efectiva en los marcos tributarios tradicionales.

Además, se podría reformar la asignación de derechos impositivos para que los impuestos se paguen en los países donde las Big Tech generan valor, no solo donde tienen su sede física o legal. Esto abordaría la práctica de trasladar beneficios a jurisdicciones de baja imposición y aseguraría que las contribuciones fiscales reflejen más precisamente el lugar donde se crea el valor.

Implementar una tasa impositiva global mínima para las corporaciones tecnológicas sería otra estrategia, evitando la carrera hacia el fondo de los paraísos fiscales. Esto requeriría una cooperación internacional sólida, estableciendo un marco global para los impuestos corporativos y asegurando que las Big Tech contribuyan justamente a las sociedades de las que se benefician.

Estas propuestas reflejan un enfoque que no solo busca gravar de manera justa a las grandes corporaciones tecnológicas, sino que también apuntan a reinvertir en la sociedad, fomentando un ecosistema tecnológico más diverso y equitativo. En última instancia, el objetivo es asegurar que los beneficios de la revolución digital se compartan de manera más amplia, en lugar de acumularse en las cúspides del poder corporativo tecnofeudal.

 

Más estas iniciativas no superan el tecnofeudalismo sino más bien se adaptan a él sin comprender, que el tecnofeudalismo no nos divide en clases sociales sino en especies: Homo ciborg organismo procesadores de información y los homo sapiens sapiens acabando así  con el hombre y sus comunidades.   

La clave del problema es la atención ¿Qué estamos atendiendo? A qué  y a quien nos estamos transfiriendo?  

 

https://www.youtube.com/watch?v=CzgkHIwSkP8

 

 

https://www.academia.edu/122912324/Tecnofeudalismo_Yanis_Varoufakis

 

¿Quién apoyan al clasista, racista y narcisista de Trump? 

Guty león

 

 

 

Christian Franco Rodriguez

Si la cultura es mercancía, la democracia no tiene otro horizonte más que el fascismo

https://www.youtube.com/watch?v=Ph75CMNGXgM  

Theodor  Adorno   

Y es la que la cultura es la transferencia  del ser que traspasa la experiencia para reafirmase como una tesis en un proceso de negación de negación  y la retransferencia del no ser, esta experiencia no determinada, que retraspasa toda idea abriéndose a la experiencia pura como una antítesis en un proceso de afirmación de la  afirmación, así en ese encuentro de tesis y antítesis    se da una racionalidad critica pero en la cultura capitalista la transferencia es reducida al valor de cambio  Dinero1→ Mercado0→Capital10  y la retransferencia al valor de uso  Mercancía usada 0←Dinero 1←Mercancia 0  y entonces Dios es capital. Y en el tecno feudalismo  el capital es rentista siendo Dios aquel que maneja la plataforma donde todos interactuamos.  Adorno hace una crítica de la razón instrumental pero no responde a la pregunta de cómo paso esto y de cómo podríamos superarlo.      

A continuación hacemos la pregunta y damos la respuesta:

 

¿Cómo la idea de un símbolo divino  se volvió  un símbolo virtual tecnofeudalista ?

 

 

En la época mágica pre histórica aquel que era poseedor del conocimiento, es decir aquel que tenía la transferencia del tótem, configuraba el Tabu, lo que sería nuestra ley, logrando hacerse con el poder de la tribu.

 

En la época antigua teocrática el que imperaba era el que representaba a Dios, así que la idea de Dios, era el fundamento de todo poder.

 

En la edad media fuel el timos del cruzado medieval el que  otorgaba el honor y la gloria.

 

En la modernidad fue la ilustración la que llevo la idea de estado como representación del hombre libre, la que genero las revoluciones  burguesas.

 

Y entonces el burgués que no podía encarnar a Dios ni tener el honor de un cruzado ofreció  un estado con derechos para todos  y la idea de libertad fue lo fundamental.

Pero luego esa libertad se hizo libertad de mercado no libertad espiritual al punto que la idea no importo más como símbolo en cual nos integramos sino como símbolo monetario por el que podemos comprar y vender.

 

¿Cómo sucedió esto? 

 

De pronto la transferencia mágica que tuvo su realización en  el misterio pascual de Cristo  se convirtió  en valor de cambio.

 

1 Vida →0 Muerte →1 Resurrección → 1Dinero→0 Mercado→1 Capital

Y la retransferencia

 

En valor de uso     

 

      Mercancía en uso  ←Dinero ←Mercancía← 0 Redención ← 1 Dharma←0 iluminación

 

  Al punto de que cuando los americanos dicen Dios bendiga américa están diciendo que el capital bendiga américa porque Dios es eso capital que permite riqueza y consumo.

 

Para comprenderlo vayamos al nacimiento del dinero como  deuda  

La deuda

 

En este libro, David Graeber revela que antes del dinero, existía la deuda.

 

 

 

https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/David%20Graeber%20-%20En%20deuda.pdf   

 

 

Si debes cien mil dólares al banco, el banco te posee. Si debes cien millones, tú posees el banco. Proverbio estadounidense 

 

«Pero ¿cuál era tu posición?», preguntó la abogada. «¿Acerca del FMI? Queríamos abolirlo». «No, acerca de la deuda del Tercer Mundo». «También la queríamos abolir. La exigencia inmediata era que el FMI dejara de imponer políticas de ajuste estructural, que eran las que causaban el daño inmediato, pero resultó que lo conseguimos sorprendentemente rápido. El objetivo a largo plazo era la condonación. Algo al estilo del Jubileo bíblico [*] . Por lo que a nosotros concernía, treinta años de dinero fluyendo de los países más pobres a los ricos era más que suficiente». «Pero», objetó ella, como si fuera lo más evidente del mundo, «¡habían pedido prestado el dinero! Uno debe pagar sus deudas». Fue entonces cuando me di cuenta de que ésta iba a ser una conversación muy diferente de la que había imaginado al principio. ¿Por dónde comenzar? Podría haber comenzado explicando que estos préstamos los habían tomado dictadores no elegidos que habían puesto la mayor parte del dinero en sus bancos suizos, y pedirle que contemplara la injusticia que suponía insistir en que los préstamos se pagaran no por el dictador, o incluso sus compinches, sino directamente sacando la comida de las bocas de niños hambrientos. O que me dijera cuántos de esos países ya habían devuelto dos o tres veces la cantidad que les habían prestado, pero que por ese milagro de los intereses compuestos no habían conseguido siquiera reducir significativamente su deuda. Podría también decirle que había una diferencia entre refinanciar préstamos y exigir, para tal refinanciación, que los países tengan que seguir ciertas reglas del más ortodoxo mercado diseñadas en Zúrich o en Washington por personas que los ciudadanos de aquellos países no habían escogido ni lo harían nunca, y que era deshonesto pedir que los países adopten un sistema democrático para impedir que, salga quien salga elegido, tenga control sobre la política económica de su país. O que las políticas impuestas por el FMI no funcionaban. Pero había un problema aún más básico: la asunción de que las deudas se han de pagar. En realidad, lo más notorio de la frase «uno ha de pagar sus deudas» es que, incluso de acuerdo a la teoría económica estándar, es mentira. Se supone que quien presta acepta un cierto grado de riesgo. Si todos los préstamos, incluso los más estúpidos, se tuvieran que cobrar (por ejemplo, si no hubiera leyes de bancarrota) los resultados serían desastrosos. ¿Por qué razón deberían abstenerse los prestamistas de hacer un préstamo estúpido? «Bueno, sé que eso parece de sentido común, pero lo curioso es que, en términos económicos, no es así como se supone que funcionan los préstamos. Se supone que las instituciones financieras son maneras de redirigir recursos hacia inversiones provechosas. Si un banco siempre tuviera garantizada la devolución de su dinero más intereses, sin importar lo que hiciera, el sistema no funcionaría. Imagina que yo entrara en la sucursal más próxima del Banco Real de Escocia y les dijera: “Sabéis, me han dado un buen soplo para las carreras. ¿Creéis que me podríais prestar un par de millones de libras?”. Evidentemente se reirían de mí. Pero eso es porque saben que si mi caballo no gana no tendrían manera de recuperar su dinero. Pero imagina que hubiera alguna ley que les garantizara recuperar su dinero sin importar qué pasara, incluso si ello significara, no sé, vender a mi hija como esclava o mis órganos para trasplantes. Bueno, en tal caso, ¿por qué no? ¿Para qué molestarse en esperar que aparezca alguien con un plan viable para fundar una lavandería o algo similar? Básicamente ésa es la situación que creó el FMI a escala mundial, y es la razón de que todos esos bancos estuvieran deseosos de prestar miles de millones de dólares a esos criminales, en primer lugar». 

 

La frase siguió resonando en mi cabeza durante varios días. «Uno debe pagar sus deudas». La razón por la que es tan poderosa es que no se trata de una declaración económica: es una declaración moral. Al fin y al cabo, ¿no trata la moral, esencialmente, de pagar las propias deudas? Dar a la gente lo que le toca. Aceptar las propias responsabilidades. Cumplir con las obligaciones con respecto a los demás como esperaríamos que los demás las cumplieran hacia nosotros. ¿Qué mejor ejemplo de eludir las propias responsabilidades que renegar de una promesa, o rehusar pagar una deuda? 

 

Me di cuenta de que era esa aparente evidencia la que la hacía tan insidiosa. Era el tipo de frase que hacía parecer blandas y poco importantes cosas terribles. Puede sonar fuerte, pero es difícil no albergar sentimientos intensos hacia asuntos como éstos cuando uno ha comprobado sus efectos secundarios. Y yo lo había hecho. Durante casi dos años viví en las tierras altas de Madagascar. Poco antes de que yo llegara había habido un brote de malaria. Se trataba de un estallido especialmente virulento, porque muchos años atrás la malaria se había erradicado de las tierras altas de Madagascar, de modo que, tras un par de generaciones, la gente había perdido su inmunidad. El problema era que costaba dinero mantener el programa de erradicación del mosquito, pues exigía pruebas periódicas para comprobar que el mosquito no comenzaba a reproducirse de nuevo, así como campañas de fumigación si se descubría que lo hacía. No mucho dinero, pero debido a los programas de austeridad impuestos por el FMI, el gobierno había tenido que recortar el programa de monitorización. Murieron diez mil personas. Me encontré con madres llorando por la muerte de sus hijos. Uno puede pensar que es difícil argumentar que la pérdida de diez mil vidas humanas está realmente justificada para asegurarse de que Citibank no tuviera pérdidas por un préstamo irresponsable que, de todas maneras, ni siquiera era importante en su balance final. Pero he aquí a una mujer perfectamente decente, una mujer que trabajaba en una fundación caritativa, nada menos, que pensaba que era evidente. Al fin y al cabo, debían el dinero, y uno ha de pagar sus deudas

 

¿qué significa exactamente decir que nuestro sentido de la moral y la justicia se reduce al lenguaje de un contrato económico? ¿Qué significa que reducimos nuestras obligaciones morales a deudas? ¿Qué cambia cuando unas se convierten en las otras? ¿Y cómo hablar acerca de ellas cuando nuestro lenguaje está tan modelado por el mercado? A un primer nivel, la diferencia entre una obligación y una deuda es sencilla y obvia: una deuda es la obligación de pagar una cierta suma de dinero. Por ello una deuda, a diferencia de cualquier otro tipo de obligación, se puede cuantificar con precisión. Esto permite que las deudas sean sencillas, frías e impersonales, lo que, a su vez, permite que sean transferibles. Si uno debe un favor, o la propia vida, a otro ser humano, se lo debe específicamente a esa persona. Pero si uno debe cuarenta mil dólares a un 12 por ciento de interés, en realidad no importa quién es el acreedor. Tampoco ninguna de las dos partes ha de pensar demasiado en qué necesita, quiere o es capaz de hacer la otra parte, cosa que sí harían si lo que se debiera fuera un favor, respeto o gratitud. No es necesario calcular los efectos humanos: sólo es necesario calcular el monto, los balances, penalizaciones y tipos de interés. Si acabas teniendo que abandonar tu casa y vagabundear por otras provincias; si tu hija acaba trabajando de prostituta en un campamento minero… bueno, es una lástima, pero para el acreedor es secundario. El dinero es el dinero, y un trato es un trato.

 

 

En mi anterior post donde analizo el mal como una herida del ser   https://apologiaalatristezateatroloco.blogspot.com/2025/02/el-mal-como-herida-del-ser.html

Dejo en claro que al perder la religación con el ser misterio pascual o con el no ser lo que queda es la moral y la moral no es otra cosa que la administración del mal, y esta administración no es otra cosa que la administración del a deuda, si seguimos leyendo el libro de David veremos como el mito del trueque tan funcional a los economistas no tiene ningún sentido, porque el trueque no se practicaba con miembros de la mima aldea sino con los de otras comunidades para superar toda rivalidad:

 

Todo esto no quiere decir que el trueque no exista, o que nunca haya sido practicado por el tipo de gente que Smith llamaría «salvajes». Tan sólo significa que casi nunca se ha empleado entre miembros de la misma aldea, como lo imaginó Smith. Suele darse entre pueblos diferentes, incluso entre enemigos. Comencemos con los nambikwara de Brasil. Parecen amoldarse a todos los criterios: son una sociedad sencilla, sin una gran división del trabajo, organizado en pequeños grupos que tradicionalmente constan de, como máximo, un centenar de miembros. De manera ocasional, si un grupo detecta las hogueras de otro grupo en sus proximidades, suele enviar emisarios para acordar un encuentro con fines de negociación. Si se acepta la oferta, primero esconden a sus mujeres y niños en los bosques, y luego invitan a los hombres del otro grupo a su campamento. Cada grupo tiene un jefe; cuando todos están ya reunidos, cada jefe pronuncia un discurso formal alabando a la otra parte y menospreciando la suya; todos dejan sus armas para cantar y bailar juntos —aunque se trata de una danza que imita una confrontación armada—. Entonces los individuos de cada grupo se acercan a los del otro para negociar: Si un individuo quiere un objeto lo toma alabando lo bonito o bueno que es. Si un hombre valora un objeto y pide mucho a cambio, en lugar de decir que es muy valioso dice que no es bueno, expresando así su deseo de quedárselo. «Esta hacha no es buena, es vieja y está mellada», dirá refiriéndose a su hacha, que el otro desea. Esta discusión se realiza en un tono de voz airado hasta que se llega a un acuerdo. Cuando se llega al acuerdo, cada uno arranca el objeto de las manos del otro. Si un hombre ha trocado su collar, en lugar de quitárselo y dárselo al otro, es aquél el que ha de quitárselo con una exhibición de fuerza. Las discusiones, que suelen acabar en pelea, surgen cuando una de las partes se adelanta y se apropia del objeto antes de que el otro haya acabado de discutir [17] . Todo el asunto concluye con un gran festín en que las mujeres reaparecen, aunque esto también puede causar problemas, pues entre la música y la alegría se dan amplias oportunidades para la seducción [18] . Esto lleva a veces a peleas por celos. A veces muere gente. El trueque, pues, con todos sus elementos festivos, se lleva a cabo entre personas que de otra manera serían enemigos, y que estaban a un paso de la guerra directa y (si  hemos de creer al etnógrafo) si un grupo creía que el otro se había aprovechado de él, podía desencadenar guerras. 

 

 

Y si se desencadenaban guerras se producía la deuda , entre la misma comunidad no había deuda, entre las comunidades que realizaban trueque tampoco al menos que el trueque no funcionara y entonces:

 

 

Una de las falacias más populares en relación al comercio es que en los modernos tiempos se ha introducido un dispositivo para el ahorro llamado crédito y que antes de que este dispositivo se inventara todo se pagaba en metálico, es decir, con monedas. Una investigación cuidadosa revela que lo correcto es exactamente lo contrario. Antaño las monedas jugaban un papel en el comercio mucho menor que el que juegan hoy. Tan escasa era la cantidad de monedas que no bastaban para las necesidades de la Casa Real [de la Inglaterra medieval] y sus posesiones, que solían emplear fichas de varios tipos para realizar pequeños pagos. Tan intrascendente era la acuñación que muchas veces los reyes no dudaban en reunir todas las. piezas, refundirlas y volver a acuñarlas, y sin embargo el comercio no sufría ningún cambio.

 

 

De hecho, la historia estándar de la moneda está completamente trastocada. No comenzamos con trueques para descubrir el dinero y finalizar con sistemas de créditos. Primero vino lo que hoy llamamos dinero virtual. Las monedas aparecieron mucho más tarde, y su uso sólo se extendió de manera irregular, sin reemplazar nunca los sistemas de crédito. El trueque, a su vez, parece ser, en gran parte, un subproducto colateral del uso de monedas o papel moneda; históricamente ha sido lo que han practicado personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra razón no tenían acceso a moneda.

 

 

Pero en las comunidades la transferencia era ontológica sin deuda por el propio hecho de reconocerse uno a otros como iguales, más cuando estallaba la guerra la transferencia ontológica se perdía y nacía la deuda y con ella el crédito que se debía de pagar de lo que derivó el dinero:

 

¿Cómo pudo aparecer el crédito? Regresemos a la ciudad imaginaria de los profesores. Pongamos por ejemplo que Josué va a dar sus zapatos a Enrique y que éste, en lugar de deberle un favor, le promete algo de valor equivalente [9] . Enrique entrega un pagaré a Josué. Éste podría esperar a que Enrique tenga algo que le resulte útil, y cancelar la deuda. En tal caso Enrique rompería el pagaré y aquí acabaría la historia. Pero supongamos que Josué pasa el pagaré a una tercera persona, Sheila, a la que debe algo. Podría redimirlo contra su deuda hacia una cuarta parte, Lola: ahora Enrique tendría la deuda con ella. Es así como nace el dinero. Porque no hay un final necesario a esta serie. Digamos que Sheila quiere comprarle un par de zapatos a Edith; puede sencillamente pasar el pagaré a Edith y asegurarle que Enrique es de fiar; en principio no hay razón por la que el pagaré no pudiera seguir circulando por la ciudad durante años, siempre que la gente siga confiando en Enrique. Es más; si sigue circulando el tiempo suficiente, la gente podría olvidar completamente quién lo emitió. Estas cosas ocurren. El antropólogo Keith Hart me contó una vez una anécdota de su hermano, que en la década de 1950 era un soldado británico destinado en Hong Kong. Los soldados solían pagar sus cuentas mediante cheques contra sus cuentas corrientes en Inglaterra. Los mercaderes locales solían emplearlos entre ellos como si fueran dinero: una vez vio uno de sus propios cheques, escrito seis meses antes, en el mostrador de un comerciante local, cubierto de diminutas inscripciones en chino. Lo que los teóricos de la deuda circulante como Mitchell-Innes argumentaban era que incluso si Enrique diera a Josué una moneda de oro en lugar de un pagaré en papel, la situación seguía siendo básicamente la misma. Una moneda de oro es solamente una promesa de pagar algo equivalente al valor de una moneda de oro. Al fin y al cabo, una moneda de oro no es, en sí misma, útil. Uno tan sólo la acepta porque sabe que los demás también lo harán. En este sentido, el valor de una unidad de moneda no es la medida del valor de un objeto, sino el valor de la confianza que se tiene en otros seres humanos.

 

Evidentemente, este elemento de confianza lo complica todo. Los primeros billetes circulaban mediante un proceso casi idéntico al que he descrito, excepto que, al igual que los mercaderes chinos, todo el mundo añadía su firma para garantizar la legitimidad de la deuda. Pero, por lo general, el problema de la percepción del cartalismo (así se dio en llamarlo, del latín «carta», ficha) es establecer por qué la gente sigue confiando en un pedazo de papel. Al fin y al cabo, ¿qué impediría a nadie poner el nombre de Enrique al pie del pagaré? Este tipo de sistema de deuda-ficha sólo funcionaría en una pequeña aldea en que todos se conocieran; o incluso en una comunidad más amplia, como la Italia del siglo XVI o aquellos mercaderes chinos del siglo XX, en que al menos todo el mundo tenía alguna manera de seguir la pista de los demás. Pero sistemas de este tipo no pueden crear un sistema de moneda plenamente desarrollado, ni hay pruebas de que jamás lo hayan hecho. Para proporcionar una cantidad de pagarés suficiente para que todos los habitantes de una ciudad mediana pudieran llevar a cabo sus transacciones se necesitarían millones de papeles [10] . Para poder garantizarlos todos, Enrique debería ser casi ilimitadamente rico. Todo esto sería menos problemático, sin embargo, si Enrique fuera, digamos, Enrique II, rey de Inglaterra, duque de Normandía, señor de Irlanda y conde de Anjou. El verdadero impulso del cartalismo llegó con la llamada «escuela histórica alemana», cuyo exponente más famoso fue el historiador G. F. Knapp, cuya Teoría estatal del dinero se publicó por vez primera en 1905 [11] . Si el dinero es tan sólo una unidad de medida, tiene sentido que reyes y emperadores se preocupasen de asuntos como éste. A los reyes y emperadores suele interesarles establecer sistemas uniformes de peso y medidas en sus reinos. También es cierto, como observó Knapp, que una vez establecidos, estos sistemas tienden a permanecer notablemente estables a lo largo del tiempo. Durante el reinado del auténtico Enrique II (1154-1189) casi toda Europa Occidental mantenía su contabilidad en el sistema monetario establecido por Carlomagno casi 350 años atrás (es decir, empleando libras, chelines y peniques) pese a que algunas de estas unidades jamás habían existido (Carlomagno jamás acuñó una libra de plata), a que ni uno de los chelines y peniques de Carlomagno seguía en circulación y a que las monedas que circulaban variaban enormemente en tamaño, peso, pureza y valor [12] . Según los cartalistas, esto no importa demasiado. Lo que importa es que hay un sistema uniforme para medir créditos y deudas, y que este sistema permanece estable con el paso del tiempo. El caso de la moneda de Carlomagno es especialmente dramático, pues su imperio como tal se deshizo de manera bastante rápida, pero el sistema monetario que creó se siguió empleando en sus antiguos territorios, para la contabilidad, durante más de 800 años. En el siglo XVI se referían a él, de manera bastante explícita, como «el dinero imaginario», y los deniers y livres (denarios y libras) tan sólo se abandonaron como unidades de contabilidad con la Revolución francesa [13] . Según Knapp, que el dinero «real» en circulación se corresponda o no con este «dinero imaginario» no es especialmente importante. No hay la menor diferencia  entre que sea plata pura, plata aleada, tiras de piel o bacalao seco, siempre que el Estado desee aceptarlo como pago de impuestos. Porque lo que fuera que el Estado estaba dispuesto a aceptar, por esa misma razón, se convertía en moneda. Una de las formas de moneda más importantes durante la época de Enrique eran los palos de conteo con muescas, empleados para registrar deudas. Los palos de conteo eran explícitamente pagarés: ambas partes de una transacción tomaban una rama de avellano, le hacían una muesca para indicar la cantidad debida y la partían por la mitad. El acreedor se quedaba una mitad, llamada stock (he aquí el origen de la expresión stock holder, accionista), y el deudor la otra, llamada stub (he aquí el origen de la expresión ticket stub, recibo). Los asesores de impuestos empleaban estas ramitas para calcular las cantidades que les debían los sheriffs locales. Sin embargo, a menudo el fisco de Enrique, en lugar de esperar a la recaudación de impuestos, vendía los palos de conteo con descuento, y éstos circulaban, como cartas de pagaré de deuda del gobierno, entre quien quisiera comerciar con ellos [14] . Los billetes modernos funcionan bajo un principio similar, sólo que al revés [15] . Recordemos aquí la pequeña historia del pagaré de Enrique. El lector habrá notado un aspecto desconcertante de la ecuación: el pagaré puede funcionar como moneda en tanto Enrique nunca pague su deuda. Ésta es la lógica sobre la que se fundó el Banco de Inglaterra (el primer banco central moderno con éxito). En 1694, un consorcio de banqueros hizo un préstamo de 1 200 000 libras al rey. A cambio recibieron el monopolio real sobre la emisión de billetes. En la práctica esto significaba que podían emitir pagarés por una porción del dinero que el rey les debía a cualquier ciudadano del reino que quisiera comprarlos, o depositar su dinero en el banco: en efecto, hacer circular (o «monetizar») la recién creada deuda real. Esto resultó ser todo un negocio para los banqueros (cargaban al rey un 8 por ciento anual por el préstamo original y cargaban un interés simultáneo sobre el mismo dinero a los clientes que lo tomaban prestado), pero sólo funcionaba en tanto el préstamo original nunca se cancelara. A fecha de hoy el préstamo no se ha pagado. Nunca se pagará. Si alguna vez ocurriera, todo el sistema monetario británico dejaría de existir [16] . Por lo menos, este enfoque ayuda a resolver uno de los evidentes misterios de la política fiscal de tantos reinos de la Antigüedad: ¿por qué hacían pagar impuestos a sus sujetos? No se trata de una pregunta que estemos acostumbrados a hacernos. La respuesta parece evidente por sí misma. Los gobiernos exigen impuestos porque quieren meter mano en el dinero de la gente. Pero si Smith tenía razón, y el oro y la plata se convirtieron en moneda a través del funcionamiento de los mercados, independientemente de los gobiernos, ¿no sería lo más lógico hacerse con el control de las minas de oro y plata? Así el rey tendría todo el dinero que pudiera necesitar. Esto es lo que los antiguos reyes hacían. Si había minas de oro y de plata en sus territorios, se hacían con su control. De modo que ¿qué razón había para extraer el oro, acuñar la propia imagen en él, hacerlo circular entre los propios súbditos, y luego exigírselo de vuelta?

 

Esto parece un enigma. Pero si el dinero y los mercados no emergen de forma espontánea, tiene mucho sentido. Porque se trata de la manera más sencilla y eficaz de crear los mercados. Tomemos un ejemplo hipotético. Digamos que un rey desea mantener un ejército de cincuenta mil hombres. En las condiciones de la Antigüedad, o de la Edad Media, alimentar una fuerza de tal tamaño era un problema enorme: a menos que estuviera en marcha, era necesario emplear una fuerza casi igual de personas y bestias sólo para hallar, adquirir y transportar las provisiones necesarias [17] . Por otra parte, si uno simplemente entrega monedas a los soldados y luego exige que toda familia del reino devuelva una de estas monedas, se hace que, con un solo golpe, toda la economía de la nación se convierta en una enorme máquina de aprovisionamiento de los soldados, dado que toda familia, a fin de hacerse con las monedas, encuentre una manera de contribuir al esfuerzo general para proveer a los soldados con aquello que quieren. Se crean los mercados como efecto colateral. Ésta es una versión un tanto caricaturesca, pero está claro que los mercados surgieron alrededor de los ejércitos de la Antigüedad; basta con echar un vistazo al Artha-sastra de Kautilia, el Ciclo de soberanía sasánida o las Discusiones sobre la sal y el hierro chinos para descubrir que los gobernantes de la Antigüedad pasaban una buena parte de su tiempo pensando en la relación entre minas, soldados, impuestos y comida. La mayoría llegaban a la conclusión de que la creación de mercados de este tipo no era conveniente sólo para alimentar a los soldados, sino que era útil de muchas más maneras, pues significaba que los oficiales ya no tenían que requisar todo lo que necesitaban directamente del populacho, o buscar una manera de fabricarlo en las granjas o fábricas reales. En otras palabras, y pese a la obstinada percepción liberal (recordémoslo, legado de Smith) de que la existencia de Estados y mercados se oponen de alguna manera, el registro histórico sugiere que es exactamente al contrario. Las sociedades sin Estado tienden a ser sociedades sin mercados.  

 

Y entonces la cuestión es muy simple, los imperios antiguos destruyeron la transferencia ontológica de las comunidades, los emperadores se hacían dioses con el poder de su moneda generada por la guerra, para cobrar la deuda a los conquistados que sus ejércitos dominaban.

Así el verdadero poder transferencial estaba en la moneda, ya no en el poder del chaman pero vino el cristianismo y se volvió al poder ontológico y el cruzado lucho por la tierra sagrada en nombre de Dios, y el señor feudal sacralizo la tierra transferencialmente viviendo de las rentas que esta le daba    pero reapareció  el dinero y la transferencia volvió a ser monetaria pero ahora ya no se trataba de imperios sino de bancos que llevaron adelante inversiones que generaron la revolución industrial, el capitalismo y con el estado moderno donde se volvió a una transferencia ontológica ahora al sujeto moderno libre y racional garantizado en sus derechos por el estado republicano democrático, pero otra vez la transferencia paso a ser monetaria y el sujeto a no importar, hasta que surge el tecnofeudalismo y el caiborg dueño del espacio virtual vuelve a tener la transferencia ontológica.

Así tenemos:

Comunidad en transferencia ontológica no hay dinero, ni truque entre ellos, hay favores, servicios de uno al otro como en una familia.   Levedad del ser

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Imperios la guerra crea la deuda y la deuda el dinero y el dinero el estado y el estado  el mercado gravedad del devenir 

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Surge el Cristianismo universal las comunidades vuelven a la transferencial que ahora es espiritual, pero devenir en una moralidad donde la iglesia y los señores feudales administraran el mal.

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Cristianismo

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Administración moral del mal iglesia feudo

A lo que seguirá las revoluciones desde las liberales hasta las comunistas donde se vive una emancipación de la voluntad, que logra formar al sujeto moderno, pero el capitalismo administrara el deseo a partir del dinero esclavizándonos perdiendo la transferencia nuevamente.

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Revolución sujeto moderno

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Determinación del sujeto y de toda diferencia por el sistema capitalista

 

Luego vendrá la libertad diferencial del cuerpo sin órganos donde hay cierta transferencia en el espacio simulado virtual, logrando un cuerpo sin órganos que luego será organizado en el tecno feudalismo donde nos desintegramos algorítmicamente en ciber tribus conservadoras de derecha y ciber tribus de izquierda.

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Así todo la meta historia puede ser comprendida como una recuperación de la transferencia ontológica

 ¿Qué hacer? 

 

El apocalipsis

Volver a la transferencia ontológica en comunidades en biotejido

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Y en esas comunidades socializar el espacio virtual pero sobre todo salir del  espacio virtual al convivio transferencial.

 

Para esto debemos recuperar nuestra concentración en un entrenamiento en el arte del biotejido y aprender a manejar nuestra atención  transfiriendo conscientemente si nos damos cuenta ahora el poder lo tenemos nosotros, en tanto recuperemos nuestra mente y no este fragmentada en el espacio virtual donde se nos acostumbra la shock y al efecto preceptivo, esto es lo esencial de la transferencia porque volvemos a un flujo espiritual y de voluntad donde  el algoritmo no puede determinarnos ni fragmentarnos y así logramos hacer comunidades abiertas de alteración y contra alteración   donde realmente podamos ser libres.

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